Un par de reflexiones sobre Boris Johnson y Peppa Pig (26/11/2021)
La anécdota es trivial y la protagonizó Boris Johnson, el premier británico. Digamos que el tipo aparte de ser el primer ministro de la vieja Inglaterra, estudió en su juventud filología clásica que es una cosa muy seria y después fue periodista – que en algunos casos también es cosa seria – pero lo mismo a cualquiera le pasa y va que en el medio del discurso se le mezclan los papeles y no le queda otra que improvisar.
A Boris le pasó eso, así que se apoyó en el atril sobre los papeles de pronto tan inútiles, miró a los circunspectos y a la sazón confundidísimos integrantes de la Confederación de la Industria Británica, y se puso a contarles que el día anterior había ido a Peppa Pig World.
Y que le había gustado mucho.
Cerdas capitalistas
La anécdota es trivial y aquí se terminaría si no fuera que deja al plato un par de reflexiones.
Pongansé ustedes antes de seguir, en situación sobre lo que está ocurriendo allí. Hay gente importantísima de saco y corbata, señores todos que acostumbran a salir en televisión diciendo lo importante de que Inglaterra trabaje y produzca mientras ellos gozan de las mieles del trabajo ajeno, y hay un señor más importante todavía que les habla sobre las perspectivas de la industria británica o sobre algún tema igual de estratégico y de pronto: Peppa Pig.
Obviamente el inesperado desvío en el temario no podía desvincularse así como así de los temas centrales de tan magna reunión y no podía apuntar sólo a la simpatía de la chanchita que por lo visto a Boris tanto no le gustaba, ya que la definió como un cerdo que parece un secador de pelo o posiblemente un secador de pelo tipo Picasso, así que terminó hablándose de la mano de la chancha, de dos temas muy caros al mundo del capital: del importantísimo rol de los capitalistas y del dinero.
Una reflexión
Paultons Park es un parque de atracciones ubicado en el Parque Nacional de New Forest, cerca del pueblo de Ower, en Hampshire, Inglaterra, a unas dos horas de Londres. Hay juegos mecánicos y atracciones y ahí está también el área temática de Peppa Pig World.
La página web nos cuenta que la entrada individual cuesta 37.75 libras y que una familia de cuatro paga 147 libras que a nosotros puede parecernos mucho (unas veinte luquitas) pero que allá deben pesar algo menos. Ojo: también tenés la ventaja de que los niños que midan menos de un metro no pagan ticket.
Sea como sea, lo primero sobre lo que creyó necesario llamar la atención nuestro distraído Boris, fue que “el gobierno no puede arreglarlo todo”, de lo cual dedujo enseguida que el motor es “el sector privado”.
Obviamente, el sector privado es para Boris la gente que tiene mucha plata – parte de los cuales integraban en ese momento su sorprendido auditorio – y entonces no puede ni siquiera imaginar una sociedad en que sea la gente común la que produzca los lugares para la diversión de los niños, con Peppas o sin ellas.
Pero la contracara de esta reflexión también es cierta y vale para los críticos del “neoliberalismo” que sueñan con un Estado que haga lo que no hacen los capitalistas, y vale – más todavía – para los que creen que el socialismo es un Estado que hace todo, incluso los parques de atracciones para los niñitos.
Y otra reflexión
El segundo tema fue el dichoso dinero.
A muchos le resultará ridículo que haga esta observación, pero la voy a desplegar igual: nuestro amigo Boris no atinó en ningún momento a decir qué divertido que es esto para los chicos, qué lugar piola para llevar a sus nietos, cómo se enamoran de esta chanchita rara, fijesé. Lejos de eso, se enfocó rápidamente en que la cerdita con forma de secador de pelo es ahora exportada a 180 países y que es un negocio de 6 mil millones de libras.
Y digo que sospecho que esta segunda observación puede parecer ridícula porque estamos tan acostumbrados a que en el mundo del capital las cosas se midan así, en dinero, que nos suena extraño que alguien venga y lo critique. Pero leelo de nuevo y pensalo: la chanchita vale lo que da de ganancia, no lo que su creador logró en términos de diversión o de risas infantiles o en cualquiera de esos valores que para el capital no valen nada.
Está claro que estas dos reflexiones que surgen de esta simple anécdota de un primer ministro al que se le mezclan los papeles, también se entremezclan: los que deciden en qué se usa el capital, o sea los capitalistas, o sea el sector privado de Boris, quieren ganar plata y les interesa poco cómo, sólo en una sociedad de productores a la vez consumidores, a esos productores consumidores les interesará crear cosas que sirvan y que se medirán por su utilidad: la comida por cuanto alimenta y por cuanto está rica, la ropa por cuanto abriga, los parques temáticos por cuanto divierten.