El método Lázaro (25/08/2022)

Que si hubo corrupción que si no la hubo, que si es lawfare o justicia, que si la tocan a Cristina va a haber kilombo, que si todos jugamos en la Liverpool y que si eso no es un poquitito irregular, que si hay pruebas o que si no las hay. 

Entre tantas idas y venidas, entre tanto debate y tanta charlatanería, hay tanta tela para cortar que seguramente servirá para disimular el ajuste en marcha y para que Massa pueda jugar con su nuevo amiguito  Gabriel Rubinstein, a ver cómo recortan un poquito por acá y un poquito por allá para conseguir un aprobado en Washington.  Ya por estos días y oculto por todo este humo, apareció en el boletín oficial un recorte  de doscientos diez mil millones de pesos, de los cuales setenta mil millones eran de Educación y diez mil de Salud

El telón de fondo de todo este enjuague es el “plan criminal” que el Fiscal Luciani relató con tanto entusiasmo para algarabía de la tribuna clarinera, por el que Néstor y Cristina Kirchner y una indeterminada banda estatal se habrían dedicado a beneficiar con obra pública a mansalva a un tal Lázaro Báez que en pocos años pasó de canillita a campeón.  O mejor dicho, de empleado bancario a próspero empresario de la construcción, que es decir casi lo mismo.

El diario La Nación nos cuenta que Lázaro Báez nació en Corrientes, en 1956, pero que se afincó en Puerto Santa Cruz en la década del 60 y que después se mudó Río Gallegos, donde en los años noventa fue empleado del Banco de Santa Cruz.

Siempre según el diario La Nación – no se encuentran muchas fuentes imparciales por estos días – Lázaro se acercó a Néstor que era intendente de la capital provincial y ya se vislumbraba como gobernador.  Entonces  el tipo armó Austral Construcciones, consiguió paladas de licitaciones de obra pública con la ayuda del kirchnerismo y se hizo multimillonario. Es posible que más allá de las unilateralidades del diario La Nación, la historia haya sido más o menos así.  

Lo que falta contar, lo que no está dicho en esta nota, es que la historia de toda la burguesía argentina se parece mucho a la de Lázaro.

Toda la plata es robada

De dónde lo sacaste
Qué te importa
Mira……   Yo no quiero tener quilombo, no quiero guita choreada
Dejate de joder ….Agarra eso…..  Toda la guita es afanada

(“Un oso rojo” –película de 2002)

En el sistema capitalista el dueño del capital emplea obreros y se queda con una parte de su trabajo que es lo que constituye – desde su punto de vista – la ganancia.  Para el tipo que hizo el laburo se trata de un robo aunque eso – y esa es la gran ventaja del capitalismo sobre por ejemplo el feudalismo que era tan burdo – no se nota demasiado porque se disimula en el lio del mercado y los precios, de modo que ese robo estructural pasa casi desapercibido, está digamos legalizado, el tipo es el dueño y aunque no labure algo tiene que ganar, piensan los actores.  Y así le disculpan el afano.

Sin embargo esa forma de robo no siempre es suficiente para convertirte en un buen capitalista, a veces hay que apelar a otros métodos menos sanctos que la vieja y conocida plusvalía:  tener amigos en el estado es uno de esos métodos,  pero también puede ser contar con información privilegiada u obtener posiciones de influencia en el mercado como ocurre con los empresarios de los medios de prensa, o apelar directamente a la violencia más brutal como ha ocurrido en las dictaduras, pero como ocurre también cotidianamente en extensiones de tierra que se ocupan a pura patoteada para su explotación mercantil.  Comentario al margen: algo de esto parece estar sucediendo en estos momentos y fuego de por medio, en las islas del Paraná.

Estos mecanismos funcionan bárbaro para juntar en tiempos breves muchísimo capital, se trata de una especie de acumulación originaria sui generis, pero para denominarlos con mayor precisión habría que llamarlos métodos extraeconómicos para hacerse de capitales.

Y en este modus operandi tan pero tan común por estas tierras, Lázaro es solamente un botón de muestra.

La prehistoria

“En este país, nadie hace la plata trabajando”

 (Luis Barrionuevo, 1990)

Bien allá en el fondo de los tiempos argentinos están la conquista, el virreinato, las curtiembres y los saladeros de carne.  El negocio de los saladeros multiplicado en la primera mitad del siglo XIX, fue el que forzó el pasaje de las vaquerías – expediciones para cazar animales silvestres o cimarrones que pastoreaban libremente – a la estancia colonial con vacunos propios con sus regímenes de pastoreo, lo cual instaló por fuerza la propiedad de la tierra conseguida – obviamente – a expensas de sus habitantes originarios.

Sin embargo, para no irse tan atrás en el tiempo, la gran muestra de cómo hacerse propietario rápidamente a sangre y fuego fue la mal llamada campaña del desierto en la segunda mitad del siglo XIX, que significó la apropiación de millones de hectáreas que según la Ley de Inmigración serían destinadas al establecimiento de colonos y pequeños propietarios llegados de Europa, pero que al final fueron distribuidas entre una minoría de familias vinculadas al poder que pagaron por ellas chaucha y palito.

Es así que “la llamada ‘conquista del desierto’ sirvió para que entre 1876 y 1903, es decir, en 27 años el Estado regalase o vendiese por moneditas 41.787.023 hectáreas a 1843 terratenientes vinculados estrechamente por lazos económicos y/o familiares a los diferentes gobiernos que se sucedieron en aquel período“ (”Historia de la crueldad argentina: Julio A. Roca y el genocidio de los pueblos originarios” – Osvaldo Bayer y Diana Lenton – citado en Rebelión). 

De modo que cuando uno escucha apellidos ilustres como Pereyra Iraola, Álzaga Unzué, Luro, Anchorena o Martínez de Hoz, conviene recordar que ellos tampoco hicieron la plata trabajando.

“El estado somos nosotros”

Uno de los portavoces del Partido Socialdemócrata, Ingomar Hauchler, estimó en 1997 que las empresas alemanas gastaban anualmente tres mil millones de dólares para aceitar sus negocios con el exterior.

Patas Arriba – La Escuela Del Mundo Al Revés (Eduardo Galeano – 1998)

La historia del capitalismo está poblada de estos enriquecimientos extraeconómicos, o sea conseguidos por otros medios diferentes al legal robo del trabajo ajeno que es el centro del sistema.

El estado capitalista y sus empresas se han convertido en un coto de caza privilegiado para medio pelos y para pequeños millonarios con aspiraciones de convertirse en multimillonarios.  Conociendo a la gente apropiada en el estado o en sus empresas, usando las coimas oportunamente, uno puede comprar o vender en el momento exacto o puede conseguir que le compren bienes o servicios en cantidades muy grandes y a precios no siempre razonables, que les financien proyectos o que le hagan las obras apropiadas para que sus costos de producción disminuyan.  Hay un montón de formas en el manual del aspirante a empresario exitoso, seguro que me olvido de algunas.

Basta recordar en Santa Fe el caso del entonces Banco Provincial consumido por los llamados “deudores incobrables”, no otra cosa que empresarios que decidieron hacerse de capitales con mecanismos extraeconómicos, o a nivel nacional de lo ocurrido con la telefónica estatal ENTEL, consumida en sus negocios con la Siemens.  Hablando de este tema de las empresas estatales que cayeron en la ola privatista de los 90, me parece que lo más pedagógico al respecto es un chiste con el que Tato Bores resumía todo: si los ferrocarriles pierden un millón de dólares por día, alguien los encuentra.

Es así que los capitalistas argentinos – no solo los argentinos, pero hablamos en esta nota de Argentina – podrían decir emulando al rey francés Luis XIV “el estado somos nosotros”, porque muchos de ellos se enriquecen a su costa.

Obviamente los tiempos de la dictadura militar – en los que la existencia del estado moderno se combinó con el derecho a una violencia casi ilimitada – es el que más de estos casos de enriquecimiento extraeconómico muestra.  Todos recuerdan la estatización de unos 17.000 millones de dólares deuda privada mediante la circula A251 que firmó el conocido Mingo Cavallo.  Esa estatización hizo que muchos empresarios pudieran pagar sus deudas en baratos pesos mientras el estado se hacía cargo de la diferencia de cambio al siempre inalcanzable dólar.

Pero ese no fue ni por poco, el único asalto contra el estado para el enriquecimiento ilícito que ha dado a luz a tantos empresarios de renombre.

El caso de YPF es también emblemático, ya que se dedicó por esos años a comprar la producción a los contratistas privados y a venderla los refinadores y en esta mezcolanza, merced a renegociaciones de contratos, a diferencia de precios y otras yerbas, la transferencia de fondos a los operadores privados “alcanzó en el período 1977-1983 a 1.640 millones de dólares que, expresado en dólares de 2013, arriba a 3.702 millones de dólares” (citado en Las privatizaciones periféricas en la dictadura cívico-militar. El caso de YPF en la producción de petróleo – Eduardo M. Basualdo y Mariano A. Barrera). Esta transferencia fenomenal de fondos – ganancia extraeconómica para los privados – llevó al endeudamiento de YPF, pero esa es otra historia.

Del otro lado del mostrador de estos negociados estaba por ejemplo Pérez Companc, que hoy aparte de petróleo cuenta con al menos 325.000 hectáreas de explotación agrícola (son parte de lo que los medios llaman “el campo”) y estaba el grupo Bridas de Carlos Bulgheroni – y hoy su hijo Alejandro aparece en Forbes – y también el grupo Astra que en los 90 fue absorbida por Repsol y – para contar un chisme – uno de sus dueños era la familia Gruneisen que hoy gestiona Global Investments y tiene cadenas de librerías y también muchos negocios vinculados al arte, gente bien.

Un sistema corrupto

El capitalismo no es un sistema político, es un sistema económico de producción de bienes y servicios que se ha demostrado hasta ahora el más eficiente”

Cristina Fernández de Kirchner, 2022

Es evidente que las descripciones del que ahora podríamos llamar el “método lázaro”, pero que ha campeado en la historia argentina desde el principio de su historia capitalista, no se limita a estos ejemplos.  Podría escribirse todo un capítulo sobre los negociados de la década infame con los frigoríficos Anglo, Armour y Swift, y otro sobre las concesiones de los servicios públicos siempre sospechados, de los que el mismo Mauricio Macri  ha sido beneficiario como en el caso de Correos, de Manliba con la basura o de Autopistas del sol con los peajes, y otro capítulo más todavía sobre la eterna bicicleta financiera que para funcionar bien aceitada tiene que tener algún amigo en el poder para prever cuándo se va a devaluar y cuando no para subir y bajarse cuando más conviene, de las privatizaciones menemistas y las joyas de la abuela, de la obra pública en muchas otros gobiernos y en tantas provincias como en la duhaldista Buenos Aires – para dar nada más que otro ejemplo – en la que reinaba el empresario Gualtieri, de la fuga de capitales organizada desde el poder y aquí, para no seguir tanto, habría que poner un sinfín de etcéteras porque los ejemplos son demasiados.

Obviamente esto no minimiza las culpas de Lázaro Báez, ni de Cristina Kirchner, ni de Macri y su amigote del alma Nicky Caputo – mal de muchos sería consuelo de tontos – pero sirve para entender que se trata de un mecanismo normal en el sistema capitalista y que perdurará mientras este sistema sobreviva, porque el nervio central de este sistema es el robo del trabajo ajeno y su grito de guerra es el todo vale.

Sirve también para pensar también que de ningún modo estos curros podrán ser juzgados por el poder judicial que es parte indivisible del problema, penetrado por los carpetazos de los servicios de inteligencias, con señores que llegan a sus bien remunerados puestos impulsados por los mismos aparatos políticos que después los utilizan para conseguir impunidad en unos casos, para servir al lawfare cuando hace falta, para defender los negocios del capital como en Guernica o para perseguir a los que luchan para defenderse.  Sirve para todo eso y también para mostrarnos el tranquilizador dibujito de esa señora tan simpática con la balanza pero nunca jamás servirá para impartir “justicia”, esa palabreja que tantos quieren separar de los intereses políticos, pero ya ves.

Y como de intereses se trata, los únicos que querrían y podrían juzgar todas estas trapisondas tan legalizadas hasta llegar al fondo de la verdad son los afectados, los que trabajan y fabrican el famoso producto bruto interno. Y ellos podrán hacerlo como parte un eventual Estado dedicado no a hablar bien del capitalismo, sino a empezar a terminar con él.

Al fin al cabo, los que trabajan, los que producen todo lo que Argentina produce, son  las verdaderas víctimas del método Lázaro.

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