El lado “B” del capitalismo (26/10/2020)
Los diarios anuncian catástrofes mientras las palabras van subiendo de tono. El clima de barrabravas hace que ya casi nadie se acuerde de la discusión familiar de los Etchevehere y de los vericuetos de la herencia de estos señores que tienen un abuelo radical que fue gobernador de Entre Ríos en la década del 30 y que dueño de campos y de un periódico y de una inmobiliaria, de estos señores que tienen un papá que les dejó 5000 hectáreas.
“En estos momentos están viajando productores de San Pedro, Pergamino, San Antonio de Areco, Rojas, entre otros lugares“ cuenta el diario La Nación con tono de parte de guerra. El objetivo de las tropas, nos explican es el de “hacer presencia afuera en defensa de la propiedad privada y las libertades”.
Página 12 elige un registro menos bélico para decirnos que habrá un “abrazo de mujeres a Dolores”, que se desarrollará en el ingreso a la estancia en disputa y que después habrá una caravana, pero la Etchevehere artiguista también habla de hostilidades, aunque es cierto que se ubica del lado de los amenazados: “hay una avanzada con tractores, camiones, jinetes. Y ahora anuncian que en los próximos días van a fumigarnos. Es tremendo, esto no tiene antecedentes”, dicen que dijo.
De alguna manera, esta escalada es paralela al cambio de temario desde lo particular de los Etchevehere hacia lo general de la problemática del campo argentino, ese campo al que en una nota anterior llamé la fábrica de dólares.
Los discursos
Nos hemos enterado profusamente por estos días de que los hermanos Etchevehere son cuatro, pero los personajes más famosos de la familia son Luis – ex ministro de Mauricio Macri – y Dolores, que donó para el Proyecto Artigas las tierras de la Casa Nueva que ella dice que le pertenecen. También se ha vuelto un personaje importante la mamá Leonor haciendo declaraciones explosivas y el próximo actor del enredo será seguramente el carnero de cincuenta mil dólares que murió, según dicen, por mala praxis alimentaria de los “usurpadores”
Detrás de estos enredos de comedia aparecen las verdaderas visiones del problema que motorizan esta crisis: los punteros del PRO comandados por Luisito, afirman que “esto es una toma violenta del establecimiento por parte de personas del conurbano bonaerense”, algo así como la punta de un iceberg. Para Juan Diego Etchevehere “en este momento nos tocó a nosotros y en cualquier momento le puede tocar a cualquiera, una persona que tenga depósitos, un auto o una moto, una vivienda, un comercio, cualquier cosa está en riesgo”.
Del otro lado del ring aparece esta especie de reforma agraria light que ya tuvo su momento en el discurso de Juan Grabois el año pasado: “deben estar preocupados porque el proyecto y nuestra intención implica a mucha gente. Queremos trabajar para alcanzar la soberanía alimentaria. Y sin perder de vista eso de tierra y trabajo para todos”.
Los discursos se organizan de ese modo para juntar aliados, unos entre los que temen el “aluvión zoológico” – para apelar a aquella expresión que acuñara el gorilismo argentino hace ya décadas – y otros entre los que sueñan con que la torta sea un poco más repartida, en este país lleno de pobres.
Los imaginarios políticos
No quedan muchas dudas de a quienes representa Luis Etchevehere y su patota de cuatro por cuatro. El sector ha tenido gigantescas ganancias y ahora esperan sentados sobre sus saldos exportables a ver si una devaluación les infla todavía más sus billeteras.
Son de alguna manera empresarios capitalistas con un plus de poder, porque ellos son los que traen los dólares. Su peso específico es de alguna manera desproporcionado incluso inter pares. La revista El Economista resume en un titulo esta ubicación particular de los empresarios agropecuarios: “el campo produce el 10% del PIB argentino y el 60% del total de exportaciones”. Fijate que desde el punto de vista de la economía nacional son, antes que productores de bienes útiles, productores de dólares que después se usan fundamentalmente para la fuga.
Del otro lado de la discusión, Grabois representa otra variante de los que venden humo proponiendo parches al capitalismo: “es inconcebible que tengamos a nuestro pueblo hacinado en las ciudades y cordones periurbanos cuando podrían vivir con techo y trabajo en el campo”, dijo por estos días.
El objetivo parece plausible, pero cuando uno lee su propuesta integral, publicada en los diarios de setiembre del año pasado, se entera de que el plan sueña sólo con “la expropiación de 50 mil parcelas para poder entregárselas en propiedad a los pequeños productores”. Alcanza con verificar que en el Gran Buenos Aires 422.568 hogares son indigentes y 1.436.315 son pobres, para notar lo exiguo del sueño del amigo de Francisco.
La verdad es que la Argentina tiene 266.711.077 hectáreas de tierras rurales con posibilidad de explotación agropecuaria, ganadera, vitivinícola o minera, y que la solución no puede ser parcelarla para llevar a los pobres desde las ciudades, sino administrarla de modo que sirva para que los que están en las grandes ciudades dejen de ser pobres.
Para eso hay que poder decidir – todos los argentinos, no un puñado de chacareros codiciosos y racistas – qué se produce en el campo y para qué, cuanto se usa para que alcance la comida en las ciudades y cuanto se usa para el comercio internacional necesario para comprar cosas que no producimos.
Y lo cierto es que para eso no alcanza con 50.000 parcelas y sobre eso no debería haber ninguna duda: ¿50.000 parcelas para la producción sana y 250 millones de hectáreas para el plan extractivista, para el agronegocio desaforado que produce a cualquier costo sanitario y ecológico? Claro, deberíamos estar hablando por lo menos de la expropiación masiva de las grandes propiedades latifundistas porque en Argentina la concentración de la tierra es brutal y menos del 1% de los propietarios acapara la tercera parte del territorio, pero eso – claro – sonaría casi ridículo después de que el Frente de Todos ni siquiera fue consecuente con su propia propuesta de expropiar Vicentín.
Pero el problema es ese, es la propiedad privada la que nos priva de poder tomar esas decisiones sobre qué producir y de qué modo hacerlo. Y Grabois nunca dejó de defenderla, al punto que su Proyecto Artigas debuta enchastrado en esta discusión entre herederos burgueses, que discuten en los tribunales, justamente sobre sus derechos de propiedad.
No hay que darle muchas vueltas, apenas se trata del lado B del capitalismo, apenas es el modo progre de seguirlo defendiendo, para que sobreviva.