Poemas y cosas así

Un poema de hace mucho…. y ya había sido muchos

Siempre nacerse
repetir
el viejo experimento
cambiar de actitud
de gesto
de careta
afilar los recuerdos
como espinas
y ponerlos al sol
blandirlos bocarriba

Yo estuve en la guerra
empuñé la omisión
la cobardía
soñando que escapaba
de la herida
(así conocí
el largo camino
de la muerte)
Hablé como disparos
las palabras
el lenguaje aturdiente
de la sangre
(y vi pasar las horas
como golpes en la mesa)
extrañé la paz
como se extraña el agua
o la mortaja

Quién va a llevar la cuenta
de sus nombres?

Todo un tiempo eterno
dormité en una armadura
otras veces
tan desnudo
anduve en carneviva
(entonces todo el viento
me agitaba el alma)
un siglo entero no sé
no estoy seguro
anduve creo
ocupado en otras cosas
en el sinuoso contorno
de la suerte
en el mágico lenguaje
de unos ojos nuevos
en el trivial transcurso
del río
cotidiano

Ahora
mañana
casi siempre nacerse
cambiar de actitud
de gesto
de careta
mirar por sobre el hombro
y ver
a todos los que fueron

(pero quién va a llevar
la cuenta de sus nombres)

Lástima
no poder evitar
la recurrente tentación
de álgebra
el gesto ciego
del que busca la respuesta
pero no sabe la pregunta

El título es una interpretación para el blog.  Vaya a saber de qué historia habla el poema.

Tan lejos estuvimos
tan de cerca
tan hablando
las frases evitables
los gestos convenidos
heredeados
dibujando la mímica
en papeles de aire

Jugábamos
a violar nuestra mudez
pero algo pasó
con el idioma
las palabras
se truncaron como árboles
y le brotaron comillas
a la cima del verbo

Tan lejos estuvimos
tan de cerca
tan queriendo
arrancar a dentelladas las comillas
balbucear
la primera palabra
que sea comprendida

Este es prosa que encontré escrita con una computadora, pero en uno de esos viejos procesadores de texto que tenían extrañas tipografías y que ni soñaban todavía con acentos y eñes.

Hay veces en que uno se desilusiona.
La gente, incluido uno mismo claro, anda por la calle con el mismo gesto que usó el día anterior, y a la misma hora. Los políticos y los charlatanes envuelven las mentiras en papeles con otro color y otro dibujito, pero al final la magia se evapora y entonces uno se da cuenta de que es el mismo y sencillo truco, el de siempre.
Los problemas parecen los mismos que los del día anterior, el mismo malhumor por los mismos motivos, las mismas promesas de enfrentarlos de otra forma y la misma sospecha de que uno ya se hizo a sí mismo esa promesa. Tantas veces.
Por eso, hay momentos en que uno se desilusiona, y es tan fácil creer entonces que todo se repite como la secuencia de los semáforos, verde, amarillo, rojo y de nuevo verde y así siempre, así de aburrido y ocioso, así de inútil, excepto para la lógica inmóvil del semáforo, tan erguido y firme él, paradito en la esquina.
Pero uno, desilusionado y todo, sabe que todo eso es verdad y que por eso mismo es mentira, la más grande de las mentiras, que los semáforos no siempre vuelven a ponerse verdes después del rojo si dejamos al semáforo tranquilo en su esquina y utilizamos sólo su lateral rasgo de metáfora, no se si me entiende, porque en rigor de verdad el semáforo puede no estar mañana en esa esquina ni tan tranquilo ni tan inmóvil y repetido y, claro, a ciencia cierta no estuvo de ninguna manera siempre allí.
Y mientras uno hace algo nuevo, un futuro que puede o no incluir al ocioso semáforo, no se puede negar que a veces uno se desilusiona porque los ojos ven el semáforo y la mente, tan flexible ella, tan presa de las perspectivas y los estados de ánimo, sucumbe a veces a sospechar la historia, la vida, los años y los días presos del semáforo, esclavos de la maraña de cables, condenados a la infinita repetición de una secuencia estéril.

Estos son dos poemas dos, que sobrevivieron en papel continuo de computadora, pero escritos con la lexicón 80 y con tinta roja. Dos señales – el papel continuo y la tinta que quedaba en el carrete – de que la hora de la máquina de escribir estaba llegando a su fin.

Por qué no estallar
pero cómo
pero fragmentos
viendo qué se ve
graduado de esquirla
de fogonazo
tan hirviente
pero cómo
pero dejarse
y pedazos

Por qué no saltar
sobre el cerco
(si es que hay cerco)
pero tomando carrera
bebiendo
la saliva pero cómo
pero cerrar los ojos
y arriba.

Por qué no cerrar
el tercer ojo
ese espía cavernoso
(pero él está escribiendo)
por qué no cerrarlo pero cómo
pero estallar saltar cerrar
el tercer ojo.

—————————————————————————————————————————-

Nunca he podido
desvíar el curso de los ríos
a los diques
los barrió la correntada
los valles
excavados con paciencia de artesano
no fueron anegados
yo sí
he sido desviado
por el río
(río amado
río aborrecido
inoconmovible)

Verdad que si
verdad que hirientes
a veces
las palabras
bicéfalas
patinosas
como escamas

Verdad que si
aladas misteriosasa
a veces
las palabras
rasantes
como pájaros que aterran

Pero los gestos
ah! los gestos
qué filosidad
incomprensible

Acá va otro en verso escrito con la Olivetti léxicon 80, en los tiempos en que todavía era el procesador de texto más moderno en el mercado.

Las calles estarán solas
habrá un viento del sur
que lamerá el cemento
con su tacto de vidrio.

De horizonte a horizonte
el sol se paseará sobre los autos
habitantes callados
del invierno.

Brillando en las esquinas
el rastro de la gente
pintará un calor
de primavera

Estarán solas
las calles

Atrás de una ventana
a salvo del sur
– beso de vidrio –
el pintor imitará
(asalto de sospecha
y pincelada)
ese color de su paisaje
prediclecto

Otro más, made in máquina de escribir. Un dato curioso, una anécdota: alguien escribió “Nueva Guinea” en birome al costado del poema, con una letra que no logro recordar a quién pertenece, eso sólo y subrayado. Vaya a saber.

Se ve
lo que se ve
así de poco

Las luces de la calle
el tiempo enrulándose
en las cosas
(y caras
y sombras
y autos
y bostezos)

Apenas
la impúdica acrobacia
la estrecha delgadez
de telaraña
el osado paso
vacilante
de ayer hasta mañana
(simétricos vacíos
sinónimos de miedo)

Se ve
lo que se ve

Lo que falta
murmura en los rincones
(fantasma
imaginación
corte de manga
de los dioses)

Esto es más poesía. Me asombra ahora ver el uso exagerado de los paréntesis (por eso ahora le puse ese título)

Ahora
te pondrás a hablar y hablar

Dirás anécdotas impresiones y preguntas
mientras yo capturo los retazos
subrayo cada tanto un monosílabo
algún gesto tan de vez en cuando
que no alcance a distraerme de tu piel

Y tu piel
caminará silenciosa por mi mano

(Después yo seré vos si es necesario
si acaso hiciera falta
seguir exorcizando la negrura)

Y como si de justicia divina se tratara
como si tanta blanquedad
debiera ser recompensada
nos iremos al cielo por un rato

(volveremos después
un poco enceguecidos)

Vos estás ahí
enfrente
de nosotros

Tus ojos
saben el cansancio
lo esparcen
en el aire

Las palabras
– lágrimas de humo –
desdibujan los bordes
del agobio

Nosotros
te miramos

Yo
el soñado
espera las señales
pule las palabras
como estatuas
pesa los gestos
en la equívoca balanza
del que espera
vacila
en la negra espesura
en la salvaje herida
del silencio

Yo
el que sueña
no tiene prisa alguna
conoce
el alma del libreto
los actores repiten
el diálogo gastado
ya no improvisarán
ninguna escena

Yo
el que despierta
lo escribe
con forma de poema

Lo que sigue es prosa. Un texto brevísimo.

No hay un fin en sí mismo, pero persistimos inconmovibles en la búsqueda de los fines en sí mismos, de los equilibrios perfectos. Detrás de las galeras deben asomarse los conejos, pero no es suficiente, porque de lo contrario el conejo sería Dios y eso no estaría bien.


Bien mirado, cometemos el gran pecado de ser creyentes de la más soberbia de las religiones, ascetas del incesante caminar al paraíso con la secreta esperanza, con la inconfesable convicción de que no existe, de que no valdría la pena de ninguna manera, que existiera un lugar tan aburrido.

Lo que escribo siempre es otra cosa, siempre es una copia inexacta de eso que no escribo. El poema es el hijo bastardo del Poema, las palabras se transforman y devienen de desnudadoras en disfraces, de envoltorio en regalo, en vez de actores se vuelven personajes. La punta del ovillo da una voltereta y se congela idea, la idea oficiará de arcilla y al fin y al cabo la forma acabará siendo el contenido y el contenido apenas la sospecha que chorreará en el borde y terminará siendo el único rasguño en la belleza.

Cualquiera sabe que las palabras, de la misma manera que las notas musicales, tienen sus bemoles. No se puede vivir subestimándolas, abusando de su armonía cotidiana, llevándolas encima a toda hora con el mismo desdén con el que se tararea una canción de moda mientras se lavan los platos, con el mismo aburrimiento con el que se saluda al llegar a la oficina.
Tampoco es cuestión de exagerar, claro, ni de ponerse solemnemente insoportable, no me malentienda, pero nunca está de más tener en cuenta que las palabras tienen sus bemoles, sus propias personalidades, sus arrebatos de pasión y odio, y que no siempre es cuestión de dejarlas caer como si tal cosa, como si fueran a mantenerse respetuosas y dóciles, fieles a su repetido sonido, a su habitual recurrencia, a su sentido convenido.
Fíjese si no. Nadie puede dudar de la castidad de la palabra pila, de la violencia contenida en estrépito, de la infinita voluptuosidad del adjetivo voluptuoso. Quién puede sorprenderse del gris oculto en tristeza o del lascivo acentuado de pasión, del gesto de la mano que acompaña el allá como si le formara parte, del signo de pregunta dibujado en el qué.
Pero nadie, nadie sabe realmente. Y más vale no confiarse, no dejarse arrastrar por su sensación de sinfonía en la que los violines hacen siempre aquello que se espera y los sonidos se pasean como si tal cosa

 

Hacé de cuenta que es un campo verde, ese pastito casi casi al ras que parece una mesa de pool, o no, no, mejor es la ciudad, una vereda de esas con baldosas que tienen rayitas, y entonces yo me doy cuenta porque estoy descalzo y las rayitas son frescas y es como si te hicieran enterarte de tu pie. Vos hacete la idea y te vas a dar cuenta de qué te digo, hacete la idea porque nosotros vamos por la vereda, vos me llevás por la vereda, me llevás de la mano y yo no te llevo de la mano ves? vos tenés la mano cerrada alrededor de mi mano que es un puño, no así forzando sino apenas, y yo siento clarito que tu mano envuelve mi puño y no hace fuerza porque yo me dejo llevar, claro, y me siento llevado pero no arrastrado mientras vamos a algún lugar sin nombre, o mejor no, mejor pongámosle que vamos al Territorio del Juego, que es un nombre tan simpático pero que da un poco de miedo así escrito con mayúsculas, el suficiente miedo para que sea necesario que me lleves así por la vereda que ahora puede ser (o es, mejor es) una de esas hechas con baldosas grandes y blancas y lisas, de esas que invitan a dar grandes zancadas para acompasar el paso a esa longitud exagerada nada más que por el capricho de seguirles ese ritmo tan incómodo, de centro a centro de baldosa temiendo perder el equilibrio pero no tanto, porque ya se sabe que mi mano en tu mano y vos que te sonreís un poco como ahora, así como te sonreís ahora que te hacés la idea de nosotros caminando sobre las baldosas blancas y yo dando zancadas de baldosa a baldosa hasta que te miro sonreír y mi puño se abre y nuestras manos quedan abrazadas así, como se abrazan las manos, palma contra palma, cuatro dedos que son ocho y dos pulgares entrecruzándose en el viejo reflejo, que se acomodan como si hubiera sido siempre, y no es necesario para nada ubicarlos uno a uno mientras la emoción te ataca como el hipo y no hay otro remedio que tomarse toda el agua así sin respirar.

Cualquiera sabe que las palabras, de la misma manera que las notas musicales, tienen sus bemoles. No se puede vivir subestimándolas, abusando de su armonía cotidiana, llevándolas encima a toda hora con el mismo desdén con el que se tararea una canción de moda mientras se lavan los platos, con el mismo aburrimiento con el que se saluda al llegar a la oficina.
Tampoco es cuestión de exagerar, claro, ni de ponerse solemnemente insoportable, no me malentienda, pero nunca está de más tener en cuenta que las palabras tienen sus bemoles, sus propias personalidades, sus arrebatos de pasión y odio, y que no siempre es cuestión de dejarlas caer como si tal cosa, como si fueran a mantenerse respetuosas y dóciles, fieles a su repetido sonido, a su habitual recurrencia, a su sentido convenido.
Fíjese si no. Nadie puede dudar de la castidad de la palabra pila, de la violencia contenida en estrépito, de la infinita voluptuosidad del adjetivo voluptuoso. Quién puede sorprenderse del gris oculto en tristeza o del lascivo acentuado de pasión, del gesto de la mano que acompaña el allá como si le formara parte, del signo de pregunta dibujado en el qué.
Pero nadie, nadie sabe realmente. Y más vale no confiarse, no dejarse arrastrar por su sensación de sinfonía en la que los violines hacen siempre aquello que se espera y los sonidos se pasean como si tal cosa.

Por qué no escribir un cuento como si fuera un poema, aunque haya que resignar algo el movimiento, encerrar el ritmo del relato en una sucesión de imágenes, sumergir la anécdota en la forma, en la pura forma.
Entonces la historia quedaría presa del puro regusto de la palabra, quedaría amarrada en el fondo como si no tuviera la más mínima importancia contarla o no contarla, decirla o no decirla en forma de cuento o de poema y ahí sí, si se apaga, si se anula, si acaba definitivamente sepultada a lo mejor, quién sabe, puede ser que encuentre su sentido de historia, su médula, su sentido final aunque la forma, no vaya a ser que sea nada más que otro matiz del juego, otra dimensión de la de-formación, que aporte como ahora esta trampa de palabras tan atractivamente inútil, tan aparente como la misma historia que cabe en las palabras.

Nunca he podido superar la muerte así, sin anestesia, porque siempre me ha provocado mutilaciones más o menos graves. La muerte de un tío, por ejemplo, me ha afectado el habla, la muerte de mi matrimonio me ha acortado el largo de los brazos, la de mi perro me ha dejado ciertas afecciones digestivas y hasta la lenta muerte de algunos de mis dientes y mis pelos me ha dejado, al menos, sin las escasas virtudes que tiene la arrogancia. Es así que a la emoción de gato panza arriba, a la sorpresa distraída ante el siempre sorprendente crecimiento de una uña, de un amor o de una idea, le acompaña ahora cierto cuidado de ciego que cruza una avenida porque ya se sabe que después la muerte y que no se gana para sustos..

Extrañó poema rimoso y cuadrado. Feo, si se me permite, pero ahí está entre los papeles viejos, así que tiene todo el derecho.

Había estado dando vuelta la palabra
de lado a lado y patas para arriba
disparándola en despecho y en melancolía
recibiéndola desnudo palpándole el sonido

La dije con mayúsculas y al paso
vehemente de tribuna con gestos sofocados
o en rima desbocadas la estrené en poesía
o la arrojé a un costado odiando su defecto

De atrás para adelante había estado
palabra dada vuelta patas para arriba
con el mismo gesto del pulóver manga adentro
final inevitable pulóver sigue siendo

Y el verbo esconde su sospecha infinitiva
y esdrújula soberbia la del sustantivo
y el adverbio que aprende las artes del engaño
y quien puede ignorar la burla del acento

Debe haber una señal entre tanto desprecio
(una puerta secreta al centro del sonido)
final inevitable que yo siga insistiendo
vuelta dando a la palabra habré seguido

Uno cortito que parece haber salido de corrido, o a lo mejor no, vaya uno a saber ahora, después de tanto tiempo.

Y uno siente
apenas algo menos que el espanto
la sospecha de cornisa que se abre
que desnuda el vértigo
la infinita sensación del vacío
la fugaz visión
del resplandor que encandila
nada más que un momento
nada más que un pedazo de segundo

Y la sospecha de Dios, de la Blancura
del Algomás que huye fugitivo
del borde de las cosas
delator del hambre cotidiana
de la congénita ceguera
de la estrechez del recuerdo de un recuerdo
que se vuelve poema

Este ya es supercortito, pero está escrito con una tipografía de computadora que me hace pensar que estuvo pinchadito en el ropero, en exposición.

Cárcel de algodón
paredes que acarician
el extenso reposo
del que sueña
que viaja
que va
burlando obstáculos
agregando recuerdos
recetas
fórmulas de alquimia
que renueven
el sueño
que remueran
el cálido reposo de algodón
la infinita caricia
encarcelada

Uno escrito a mano, extrañísimo, escrito a mano en una de esas hojas que tenían las impresoras continuas que ya pasaron a la historia.

Varios poemas
conviven
adentro del poema
andá a saber cuántos
quién lo sabe

Cierto
a veces, alguno de ellos
nace claro
se adueña de la rima
simula la verdad
(y casi casi que parece cierto)
camina por la hoja
con ese aire de soberbia
con esa redondez absurda
que tienen los poemas.

Otras veces no
otras veces se invaden
se trastocan
se mezclan
se arrancan el sentido
a dentelladas se lastiman
con el filo de los versos,
se roban las palabras
que de puro confundidas
se suicidan
se hacen ruido que aturde
gelatina
que se pega en la piel
en la boca, en los ojos
que se anuda en las ganas
de escribir un poema

Y siguen las poesías. Parece que hubo un tiempo en el que escribía en verso y en que era bastante prolífico. Va otra, que a lo mejor tiene alguna lectura política posible, pero si me preguntan, yo diría que no.

Para quien mira la vida
con el ojo derecho
las cosas son planas
y nada más que cosas
las palabras
tienen acepciones
tan bien clasificadas
tan estrictamente detalladas
con precisión de teorema

Para quien mira la vida
con su ojo izquierdo
las cosas son planas
pero son traducciones
de una lengua muerta
son mensajes cifrados
que los dioses
envían por capricho
las palabras
son dichas siempre por error
porque no habrá significado
que contenga el delirio

Sólo quien use los dos ojos
podrá sospechar la perspectiva
y las cosas serán cosas
y también serán palomas
que planean sobre un mar inexplicable
que perforan
esa blanda blandura de almohadón
esa pegajosidad
de baba pegajosa

Y deberá cerrar un ojo
justo a tiempo
un segundo después de la sorpresa
apenas un segundo
antes del miedo

Esta tiene fecha: 14 de noviembre de 1990. La verdad es que hoy esa fecha no me recuerda nada en especial pero ahí está escrita.

Hablar
y tejer las palabras deshilando
inútiles madejas
para tentar a la luz que algunas veces
se sospecha allá lejos

Hablar
para cruzar la baba alucinándose
de verbos, de frases, de inflexiones
que esbozan sentimientos

Hablar
aunque no se diga mucho
aunque apenas
aunque sólo un inútil rasguño
una cicatríz en el silencio

Hablar
para que no estallen los gritos
y se haga añicos el sagrado orden
la gentil recurrencia de los gestos apropiados
para que no se desnude el inflexible dedo
que te señale mudo