El infierno tan temido (14/09/2021)
Los resultados de las elecciones del domingo pasado han provocado un tembladeral político cuya deriva es todavía difícil de prever. Cualquier análisis que se intente – empezando por este – debe ser considerado provisional, porque la onda expansiva de ese hecho político mantendrá las cosas en movimiento por un tiempo bastante largo.
Lo primero que se observa ni bien uno analiza los datos, es que al negocio de la grieta se le han escapado más de 8 millones de votos. La hecatombe mayor la sufrió sin duda alguna el peronismo que perdió 6 millones desde la elección presidencial de 2019, aquellos tiempos de no hace tanto tiempo, en que la “jugada maestra” cristinista había hallado la fórmula mágica para volver al poder.
Sin embargo, lo que se ha dicho poco es que esos votos perdidos no fueron a la oposición amarilla. Se ha hablado casi nada de que también Juntos, que antes supo ser Juntos por el Cambio y antes Pro, perdió también muchísimos votos. Dos millones y medio fueron los votantes que se les escaparon entre los dedos, muy mal escenario si se agrega que la comparación se realiza con la ya lastimosa elección presidencial de dos años atrás, que constituía algo así como la misa de cuerpo presente de lo que fuera el gobierno macrista.
La Provincia de Buenos Aires, corazón del poder peronista, es una muestra del trasvasamiento de voluntades. El gobierno obtuvo allí dos millones y medio de votos menos que en el 2019. Si uno desgrana adónde están ahora esos votos, tendrá que reconocer que no están en la principal oposición la que, a pesar de haber puesto caras nuevas como la de Manes, perdió medio millón de votos. Lo que sí creció mucho es el número de los que no votaron, ya que fueron a las mesas de votación unos dos millones menos que en 2019 y de los que fueron hubo trescientos mil más que votaron en blanco. A esta fuga ocasionada por ex votantes que ahora decidieron no votar a nadie, hay que sumar los votos que se llevó Randazzo y los que fueron a derechas y a izquierdas varias, una migración bastante menor a la del “voto a nadie”, pero que lo mismo terminó llevándose otro medio millón de votos.
En Capital el peronismo perdió trescientos mil votos que tampoco fueron a la oposición amarilla, ya que allí los muchachos de Larreta no sumaron, sino que también perdieron más de doscientos mil voluntades. A esa pérdida, habría que sumarle los votos de López Murphy que de alguna manera fueron a un personaje que es percibido como separado de la gestión macrista. De cualquier forma allí, la vedette mediática fue la derecha despeinada de Milei que le sumó a su ideario unos ochenta mil votos más que los que corrientes similares a la suya habían obtenido en 2019, aunque la izquierda dispersa tuvo una mejor perfomance, agregando ciento diez mil votantes a su votación histórica.
Cosas parecidas ocurrieron en otras provincias. En Córdoba el peronismo perdió lo que ganó el díscolo Schiaretti y al macrismo se le escurrieron casi medio millón de votos en la que es su provincia predilecta. En Santa Fe, Perotti y sus enemigos íntimos perdieron unos cuatrocientos mil votos respecto al 2019 y Juntos – a pesar de que ganó – obtuvo unos trescientos mil votos menos que hace dos años.
Como se puede advertir en este breve detalle, las elecciones del domingo dejaron montañas de números para el análisis y podrían hacerse con ellos cuadros y gráficas para llenar varias hojas, pero más importante que eso son las conclusiones y las perspectivas que proponen estos datos, que dejan claro que se configuró en forma bastante extensa el escenario que muchos analistas preveían y temían, una fuga de votos que deja a muchos afuera de la encerrona de la grieta, afuera de ese nuevo bipartidismo sui generis que ha venido siendo el corralito en el que se aprisionan millones de voluntades.
El efecto de rotura de presa
Es imposible saber hoy a dónde llevará la dinámica de la explosión del domingo, es imposible saber si los que no votaron volverán a las urnas y a quién votarán si es que vuelven, no puede preverse si esos millones de votos dispersos en variadas ofertas electorales volverán o no al escenario de la grieta, si serán compelidos nuevamente a votar a uno para que no gane el otro, como ha sido casi siempre.
Por lo pronto, las tensiones desatadas han empezado a conmocionar el escenario político. Alberto Fernández salió a hacerse rápidamente cargo de la derrota y dijo que va a hacer algo para responder al enojo del electorado, pero el tema es hacer qué cosa (dentro de su propia tropa, unos le dicen que tiene que cortar el déficit fiscal lo cual se traducirá en ajuste y otros, al contrario, le dicen que tiene que echarlo rápido a Guzmán y poner plata en la calle para recuperar aire en noviembre). Los opositores se dividen entre los que huelen sangre y quieren pegar más duro y los que prefieren no hacer olas, porque una extrema debilidad del gobierno puede poner en riesgo muchos negocios y su propia supervivencia como políticos. El FMI tampoco tiene claro cómo sigue la historia y está esperando que amaine el temporal para ver con quién tiene que discutir ahora el acuerdo que, como se sabe, no es un tema de plata sino de cómo imponer los ajustes estructurales antiobreros que el organismo internacional reclama en cada negociación, por cuenta y orden de los capitalistas argentinos.
Muchos han hablado del voto bronca o del voto catarsis, pero se esfuerzan por centralizar y limitar el análisis a la catástrofe oficialista. La omisión de la debacle de la oposición macrista sólo puede sostenerse haciendo algunos pases de manos con los porcentajes de votación y omitiendo los valores absolutos, que son los que muestran claramente que los votos que pierde el gobierno no vuelven a manos de sus opositores predilectos. Y eso es justamente lo que pone en riesgo la continuidad del régimen político que hoy por hoy sostiene al capitalismo argentino, esta suerte de bipartidismo del mal menor en el que la discusión política se limita a convencer a la gente de que el otro es más corrupto o a hablar en abstracto de dos “modelos de país”, que terminan siendo variantes menores del capitalismo que ambos frentes defienden.
No es casual que el enojo social se manifieste contra “los políticos” y contra su sistema electoral que los perpetúa como gerentes de los negocios de empresarios y de banqueros. La economía de la inflación, de la pobreza, de los salarios eternamente en baja, de la flexibilización laboral y del trabajo en negro, la economía que agota cuerpos y nervios de millones de trabajadores mientras los ricos juntan dólares en pala, es vista como responsabilidad de todos ellos, de los que gobiernan hoy y también de los que gobernaron antes. La pandemia, que funciona tantas veces como excusa, no revirtió esta situación sino que la agravó, y tanto oficialistas como opositores se limitaron a usarla para prestigiarse políticamente mientras dejaban que los dólares siguieran de un lado y el hambre del otro.
Esta importante fuga de votos, estos más de ocho millones de votos que se escurrieron por la grieta – algunos en busca de otras alternativas, muchos mediante la negación lisa y llana – es como la punta de un iceberg que muestra un proceso social seguramente mucho más profundo y habrá que ver cómo continúa. Es por eso que viene a cuento aquí pensar en el fenómeno llamado rotura de presa estudiado por la ciencia hidráulica: cuando en una represa se abre una pequeña vía por la que pasa el agua, la ruptura de las fibras internas y la creciente presión preparan el daño estructural que resulta generalmente explosivo, que acelera brutalmente aquella pequeña pérdida inicial y entonces, de pronto, 20 metros cúbicos por hora se convierten en 700 y ya no hay quien pueda parar la correntada.
Esto dicho – claro – con todo cuidado, porque las metáforas tienen un límite. Pero sí que sirven para pensar, en este caso para pensar el escenario que se abre y cuáles son las posibilidades para que la bronca se traduzca en luchas masivas del pueblo trabajador en medio de la situación abierta por las elecciones, en medio de la tensión que cruzará a las fuerzas políticas a ambos lados de la grieta.
Porque veremos seguramente – ya estamos viendo – cómo la necesidad de limitar la fuga llevará a los políticos a extremar los llamados a la unidad a exagerar los buenos modales mientras renuevan las viejas promesas. Y veremos también – ya estamos viendo – como las fuerzas centrífugas que impone la fuerza de la corriente llevarán a toda la superestructura política a empujar hacia afuera para reacomodarse, a lavarse las manos y echarle la culpa al otro, a sacar los pies del plato, a tratar de salvarse cada quien aún a costa de que la represa se rompa.
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