El juego de las similitudes (10/04/2021)

A raíz de un comentario que hice en Facebook hace unos días – en el que me preguntaba si Martín Guzmán hace Bolsonarismo con buenos modales – y del posterior intercambio que generó ese post, es que me pongo a escribir esta nota.

El detonante de mi comentario había sido una declaración del Ministro de Economía en un programa de la CNN en español con María O’Donnell y Ernesto Tenembaum: “la economía de Argentina no resiste otra cuarentena estricta” había dicho Guzmán, justo en el momento en el que se debatían las respuestas ante la segunda ola. 

Su comentario lo llevaba a los bordes de la posición del intendente porteño Rodríguez Larreta que más bien se inclinaba por seguir como si nada pasara, pero yo elegí comparar con Bolsonaro – lo expliqué –  porque un amigo venía insistiendo con esta metáfora de que más allá de aquella frase de Alberto Fernández – que solía decir que “si el dilema es la economía o la vida, yo elijo la vida” – el gobierno hacía de hecho Bolsonarismo al privilegiar el funcionamiento de la economía y de la continuidad de la sana ganancia capitalista a costa del trabajo y la salud ajena.  Conté que él veía los camiones que seguían inundando de granos para la exportación los puertos de Rosario, mientras que en el escenario público se actuaba la escena de la grieta en la que “la derecha” se quejaba de la “cuarentena eterna” que, en los hechos, era inexistente.

Un amigo feisbukero – defensor de las posiciones del gobierno con el que eventualmente cruzamos debates – puso el simpático dibujito de las 12 diferencias con el que ilustré esta nota invitándome irónicamente a practicar y yo le contesté que claro que es útil encontrar las diferencias que las hay y cuantas, pero que también tiene su importancia encontrar las similitudes para intentar entender cómo puede ser que existan.

Acá vamos.

Mucho ruido y pocas nueces

Después de unos días de idas y venidas, apareció el decreto con las nuevas medidas de prevención ante la segunda ola.  Conviene decir antes de seguir el debate que esta ola que se viene parece cosa seria, que el crecimiento de muertes por día en Argentina se ha incrementado en cerca de un 70%  en la última semana y que la media semanal de muertos diarios por millón estaba alrededor de 2,5 a fin del mes pasado y ha llegado a 4.19 en estos días.  Las perspectivas se ven todavía más oscuras si uno presta atención a que el mismo registro en Uruguay arrancó en forma similar a esta que te describo y que ahora ha llegado a duplicar el número de muertos por millón en sólo esta última semana.

En medio de esta situación, la discusión entre los “progresistas” y la “derecha”, quedó limitada a los horarios en que se daría inicio al toque de queda que acá no se llama así porque queda feo, pero que vendría a ser algo parecido.  Fue así que unos decían a las 22 y otros a las 0 horas y no era mucho más lo que se discutía, mientras de fondo, sonaban las frases de Guzmán, que decía que economía mata salud, del Ministro de Educación Trotta que aseguraba que la presencialidad continuará incluso en los lugares de mayor riesgo “porque el protocolo es estricto” y la del propio Alberto Fernández que antes elegía la vida pero que ahora prefiere no elegir: “queremos cuidar la salud, la economía y la presencialidad en las escuelas” dijo conciliador.

Las medidas quedaron finalmente reducidas a algunas declaraciones simbólicas.  Aparte de la nocturnidad prohibida, que evitará que el virus se propague en el horario que ya antes de las medidas era el de menor circulación, se suspendieron los viajes de egresados y grupales, las actividades y reuniones sociales en domicilios particulares de más de 10 personas, se achicó un poco el amontonamiento en bares y restaurantes y no mucho más que eso. 

Como contrapartida nada cambió en la presencialidad en las escuelas que además de meter a niños y a docentes en aulas  – que cada vez se cerrarán mas porque el clima ya se sabe – meterá a niños, a papás y a docentes en el transporte público cuyas ventanillas también empezarán a cerrarse para juntar a todos a convivir con el virus.

La salud y la economía en trincheras diferentes

Volviendo al debate original, digamos que es obvio que hay diferencias entre Bolsonaro – que sigue actuando su papel de negador compulsivo – y el gobierno de Alberto Fernández que expresa y transmite preocupación por el problema que hay.  Sin embargo, también es obvio que en medio de la ola terminan llegando a definiciones parecidas. 

En Brasil, la segunda ola ha llevado a que se contabilicen cuatro mil muertos diarios, por lo que en una carta abierta publicada en el diario O Globo la Asociación Brasileña de Salud Colectiva que cuenta con casi 20.000 miembros, hizo un llamado a un confinamiento nacional de tres semanas porque “la grave situación epidemiológica (..) está llevando a un colapso del sistema de salud en varios estados”, pero Bolsonaro siguió diciendo que no.  Acá se hace ruido, pero las medidas son más parecidas a las que recomienda Martín Guzmán que a las que se adecuarían a los pronósticos agoreros que nos hacen los infectólogos.

Lo que unifica en gran medida los resultados es – claro – la economía, pero no cualquier economía, es esta economía capitalista – la que existe – en la que es imposible tomar decisiones conscientes porque el capital impone su lógica de no cesar de multiplicarse.   

  • Entonces, dejar las clases no se puede porque eso es sacar a mamás y a papás del trabajo al que van para juntar su plata para fin de mes, pero al que también van para generar plusvalía para uno o varios señores que ganan plata sin poner el hombro ellos mismos, gracias a que son los capitalistas.
  • Entonces, es inútil definir qué es esencial y qué no para la sociedad, cosa que permitiría  reducir la gente que circula – por ejemplo podría dejarse de producir neumáticos y seguramente muchas otras cosas por tres o cuatro semanas – porque ocurre que todos los trabajos son esenciales para el capital, desde el momento en que al capital le sirven para generar ganancias, que es su razón de ser.
  • Entonces, no se puede impedir que muchos pequeños negocios sigan funcionando o que muchos sean los que salgan a hacer changas, porque habría que pagar un IFE que cuesta plata, lo cual significa que habría que reorientar la economía y por ejemplo dejar de pagar de pagar casi 3 millones de pesos por minuto en intereses de Leliq, para poder atender ese gasto.

Bien que esas cosas pueden variar en el futuro y quizás Bolsonaro tenga que allanarse a ir a un lockdown más o menos rígido o quizás Férnandez suspenda las clases o vuelva algún IFE de corto alcance, pero serán como el año pasado pequeños parches de escaso alcance, porque  todas estas medidas que te mencionaba implican – para ser serias – decisiones anticapitalistas, especialmente porque traen aparejados por lo menos un par de inconvenientes. 

  • En el capitalismo se decide qué es esencial y qué no en el funcionamiento del mercado.  O sea que es el mercado el que dice qué sirve y lo hace en función de qué da ganancia y de qué no da ganancia.  Pero ese mecanismo que no sirve en general para las grandes masas populares – que tienen siempre menos plata para “votar” en el mercado – sirve mucho menos cuando hay una pandemia.
  • También es un inconveniente que los capitalistas tienden a esconder la plata en los colchones o en los paraísos fiscales,  si no les pagás los intereses qué pretenden.

Entonces para llevar adelante medidas así harían falta otros mecanismos, consultar por ejemplo a los trabajadores de los distintos sectores que saben si puede pararse o no la producción, si hace falta mantener algún sector funcionando, cómo se afectarían las cadenas de abastecimiento y de demanda, todas esas cuestiones.  Harían falta prohibiciones que seguramente los sectores patronales resistirían con dureza, porque significaría permitir que las masas populares metan las narices en sus libros, en sus negocios y en sus chanchuyos.

Y otra vez volviendo al principio, es para todo esto que hace falta no jugar sólo el jueguito de las diferencias, sino que conviene preocuparse antes que nada por las similitudes que hacen que en el mundo del capital la economía y la salud estén siempre enfrentados en trincheras diferentes, simplemente porque en el capitalismo el hombre no puede controlar conscientemente qué produce, cómo lo produce y para qué lo produce, no puede organizar racionalmente su mundo porque el mundo se construye cada día a imagen y semejanza del capital, de ese capital cuya defensa iguala indefectiblemente a los Fernández y a los Bolsonaro del mundo.

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