Esos departamentos de ahora

Doy muchas vueltas antes de ponerme a limpiar el comedor porque ya se sabe, hay que tener un gran espíritu de sacrificio para empujar el palo con el trapo de piso que choca a cada rato con la pata de algo, y una gran capacidad de resignación para aceptar que después de media hora de trabajo todo queda igual de sucio.

Tras que había pocas cosas ahora el aparador que trajo el Rubén, de esos que ahora les dicen modulares, pero que ocupa lo mismo el lugar contra la pared de la izquierda y por eso hubo que arrinconar las sillas tapizadas contra la pared de la ventana una arriba de la otra y así, de forma que ya no sirven como sillas pero siguen juntando telarañas como si tal cosa.

No fue fácil meterlo porque no giraba bien el jolcito, pero más que nada porque el tipo que venía con el Rubén que era de la mueblería o de un taxiflet, no sé bien, estaba bastante molesto porque se quería ir rápido y el Rubén lo tenía amontonando las sillas tapizadas contra la pared de la ventana para que el modular girara, mientras me decía a mí que cuándo iba a vender esas porquerías con ese mal tono que tiene ese muchacho cuando las cosas no le salen como él quiere.

Ahora hay que limpiar el comedor que realmente parece un desván, una de esas piecitas que las casas de antes tenían y a las que no se iba casi nunca. Cualquier cosa menos un comedor que uno espera que sea un lugar amplio como el que teníamos en casa cuando vivía el viejo y uno podía mantenerlo bien limpio incluso con el Rubén que era un chico tan desordenado. Porque yo la casa siempre la tenía bien. No un lujo, porque lujos nunca hubo, pero nunca fui de las que le escapaba al plumero y a la escoba; siempre decía diez minutos de orden y después se vive más tranquila en una casa arregladita, y hasta parece que todo sale mejor, como más fácil. Es cierto que el viejo se enojaba a veces porque tenía ganas de que le cebara mate, pero ya se sabe que en la casa tiene que imponerse una, los hombres creen que todo se hace solo, y al final estoy segura de que el viejo se daba cuenta porque siempre que lo retaba al Rubén le decía tu madre se desloma para que vos, y entonces yo sabía que él se daba cuenta y me alegraba, aunque me ponía de parte del Rubén un poco porque al viejo a veces se le iba la mano y eso a mí no me gustaba para nada.

Quedan cuatro baldosas y media libres, nada más. Si una pudiera mover alguna cosa al dormitorio sería más fácil pero ni pensarlo, porque el dormitorio es tan chiquito también y aparte ese juego viejo que ocupa tanto lugar. Pensar que en casa quedaba tan bien, no como en esta piecita tan chica en la que es imposible abrir al mismo tiempo la puerta de la mesita de luz y la del ropero. De cualquier forma el dormitorio se puede limpiar, el problema es el comedor.

Puede ser que el nene tenga razón y que haya que vender todo de una vez, pero para él es más fácil decirlo y hasta traer el modular y arrinconar las sillas tapizadas que estuvieron en el comedor de casa. Para los jóvenes es todo más fácil, yo puedo entender eso, claro que yo puedo entenderlo.

Al final hay que decidirse y mojar el trapo en el balde y empezar debajo del bargueño, aunque haya que esforzarse para llegar hasta la pared girando el palo para esquivar las patas de madera. Es extraño como la vida parece estar hecha al revés, porque ahora duele la cintura y ya no se tiene tanta fuerza y una piensa que cuando era joven hubiera hecho este trabajo silbando o cantando, pero en esa época la casa era grande y espaciosa y los trabajos de la casa eran casi una fiesta. Aunque claro, a lo mejor eso es pura mentira, una trampa del recuerdo que se empeña en disimular que los años que se han venido encima hacen de verdad la única diferencia, la única que vale la pena tomar en cuenta.

Corro por supuesto el bargueño -que es bastante pesado- porque ya estoy segura de que va a ser imposible llegar con el palo hasta abajo de la mesa que ahora está contra la ventana desde que las sillas apiladas le ocuparon el lugar, y descubro que el piso en donde estaba el bargueño está veteado de polvo por los lugares adonde no llegó nunca el trapo, por culpa de las patas, claro. No hay caso; la única forma va a ser sacándolo todo del lugar, pero eso no va a ser para nada sencillo porque el lado que limita con la mesa no voy a poder separarlo de la pared si antes no saco los sillones que están en el ángulo que hacen el bargueño y la mesa. Hay que salir de atrás del bargueño pero lo logro. Sería muy fácil sacar los sillones moviéndolos hacia la pared de la izquierda, pero ahora está el modular que trajo el Rubén que era realmente lo único que me faltaba, así que tengo que sacar los sillones hacia la puerta y girarlos despacio y con cuidado para que queden contra el bendito modular. El sillón largo es el más fácil porque gira sobre un par de patas si lo levanto de un lado, pero de cualquier manera hay que tomar algunas prevenciones porque arriba está el esqueleto de la araña que teníamos en casa pero que acá ni pensar porque los techos son tan bajos, y aunque no están los colgantes porque los tengo embalados en una caja guay que se caiga, porque va a hacer un ruido bárbaro y el portero va a venir a protestar de nuevo como la otra vez.

Ahora que lo pienso, si separo un poco la mesa de la pared voy a poder limpiar bien abajo y ya que estamos le paso el plumero a la ventana y un trapo al vidrio que junta ese polvillo de casa abandonada y queda tan feo. Pero la verdad es que la mesa no me deja espacio porque la traban las sillas que amontonó el hombre del taxiflet cuando pusieron el modular, y si sigo empujando voy a terminar haciendo un desastre y rayando las patas lustradas o el borde de la mesa. Entonces mejor es dar la vuelta aunque cueste un poco de trabajo pasar entre la pared y el bargueño que están tan cerca y no dejan casi lugar, y ya esta visto que una no está para esos trotes. Para colmo hay que hacer un poco más de espacio con los sillones que no dejan que las sillas, que vienen de a dos porque están apiladas, terminen de dar la vuelta por el lugar que queda entre la mesa y el filo del famoso modular que realmente ya me tiene podrida.

Estas cosas saben pasar y no me voy a andar lamentando todo el día porque la pata lustrada de una de las sillas se haya rayado contra el filo de fórmica. Una mala palabra y se sigue, aunque me queda esa bronca de gusto a remedio, un poco porque pienso que en casa había tanto lugar para correr los muebles a gusto y se podía limpiar silbando aunque el viejo protestara a veces, y otro poco porque me acuerdo del capricho del Rubén y sus muebles de fórmica, y de su insistencia para que venda todas esas porquerías como él dice para que me enoje, y de la costumbre de decirme lo que tengo que hacer como si alguien le pidiera que se meta en mis cosas con ese mal modo que heredó del padre, porque en eso sí iguales, tan iguales él y el viejo, pobre viejo, que tenía tan mal genio cuando las cosas no salían como él quería que salieran.

Y bueno. No me voy a andar lamentando todo el día, así que vuelvo a pasar entre el bargueño y la pared y me da risa darme cuenta de que ahora hay menos lugar libre que antes, pero por lo menos el espacio en el que estaban las sillas apiladas me permite correr la mesa para allá y llegar a una parte de la ventana pero no a toda. Para llegar al otro lado podría dar toda la vuelta pero pienso que de nuevo entre los sillones y las sillas que quedaron amontonadas en el medio del comedor y eso de volver a saltar tantos obstáculos no me entusiasma para nada. Mejor correr la mesa para adelante y hacer un espacio entre la mesa y la pared para llegar a limpiar toda la ventana. Estoy un poco vieja y un poquito agitada y por eso qué lo tiró como pesa ahora el bargueño, que hay que empujarlo de nuevo, ahora contra la pared de adelante para que deje lugar a la mesa. Entonces habría que hacer lo mismo con sillas y sillones, pero me parece que desde donde estoy puedo empujar la mesa apoyada en la pared de la ventana para tener más fuerza, así corro la mesa y empujo en trencito sillas y sillones más para el lado del jolcito y ya no me importa tanto si se rayan porque no creo que se rayen, si las sillas tienen que ceder y correrse y no hay motivo para que se rayen como con la fórmica que tiene ese filo. Entonces estoy empujando y va bien porque la mesa empuja las sillas y las sillas despacito aunque se inclinan un poco, empujan los sillones que son un poquito pesados pero se desplazan y no hay problema. El movimiento termina desequilibrando el esqueleto de la araña, pero no se cae porque queda trabado entre los dos sillones, y suerte que los adornos los tengo embalados, que si no. Ahora paso entre la mesa y la pared de la ventana si me achico un poquito, qué cansancio, la verdad que hoy me gané el día, qué cansancio. Desde este lugar el jolcito parece tan lejos. En el medio está la mesa que ahora que miro tiene un par de rayoncitos, vaya a saber de cuando son; después las sillas tapizadas, aunque así apiladas de a dos el tapizado tan verde claro y tan lindo no se les nota. Mas allá los sillones que están un poco viejos y que se ven algo tontos con el esqueleto de la araña que se quedó haciendo equilibrio entre los dos sillones chicos y que me hace acordar a esos fierros que asoman de las demoliciones. Nada más que el bargueño conserva su compostura, aunque está un poco separado de la pared y ahora que lo pienso sería un lío si tocaran el timbre porque me quedó cerrando el paso contra la pared que da al jolcito. Y realmente eso podría darme risa, porque más bien es gracioso pero no, la verdad no me da risa.

Estoy jadeando como una condenada, pero no es el cansancio lo que me molesta. Es esta sensación de que debiera estar llorando o enojada, eso, bien enojada con el Rubén y su maldito modular, y con el viejo, también con el viejo, pobre. O no sé, enojada conmigo a lo mejor, conmigo y con mis caprichos de vieja que no le hago caso al nene que dice vendé todo, a él que ve todo así de fácil. Estoy enojada porque no voy a llorar aunque el esqueleto de la araña tan ridículo, aunque esa tristeza jadeante igual a esa de cuando se nos fue el viejo y tampoco pude llorar nada como ahora, que ya estoy pensando en que cuando venga el Rubén mejor ni le cuento que estuve limpiando y que corrí sola los muebles, que si se entera va a haber que aguantarlo media hora reprochándome o tomando mate tan callado y con la cara larga.

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