Los expropiados (24/06/2020)
“Yo acuso a la propiedad privada de privarnos de todo”
(Roque Dalton – Acta)
Se hace difícil entender entre los ruidos de la famosa grieta. El verbo entender – en este caso – no requiere de ningún objeto directo que lo relativice porque todos, absolutamente todos los discursos, se organizan en función de la grieta. Con esa simplificación se logra poner a unos en una trinchera y a los otros en la de enfrente y de ese modo, todos ganan cerrando con gruesos candados sus respectivos corralitos ideológicos.
El tema de Vicentin y de su mentada expropiación no ha escapado a esa aceitada tradición: los unos la juegan de defensores de los intereses populares y los otros sacan las cruces y gritan Venezuela y se rasgan las vestiduras con la constitución y con la república.
Pero si una mira bien, detrás del humo asoma la vieja discusión de la burguesía que supimos conseguir.
La pelea por los dólares
La lucha entre el sector primario que obtiene rentas importantes y el sector industrial que tiene que competir casi siempre en situaciones de desventaja de costos con lo “importado”, ha sido y seguirá siendo un clásico del capitalismo argentina. La pelea se manifiesta en muchos lugares, pero es especialmente en el mercado de divisas a través de la vieja polémica dólar caro o dólar barato en dónde se ve más claramente.
Las retenciones – y su contracara, los subsidios – han sido una forma privilegiada de realizar esa compensación entre empresarios. Basta recordar la historia de la Resolución 125, que mostró que las vaquitas – y la soja – no sólo son ajenas para los trabajadores sino también para otros sectores burgueses que reclaman parte de un nivel de ganancias que no pueden alcanzar ni por asomo.
Cuando hablamos de Vicentín hablamos de una empresa importante, un “jugador internacional” como le gusta decir al Gobernador santafesino Perotti. También hablamos de corrupción, de truchadas de todo color, de dobles contabilidades y de fuga de capitales, porque eso es parte indisoluble de los negocios capitalistas.
La facturación anual de este monstruo empresario alcanza a 4255 millones de dólares, lo que podría traducirse – para seguirlo en su método al Diputado Carlos Delfrade – en algo más de 8.000 dólares por minuto. Sus negocios giran alrededor de la soja, las harinas y los aceites y se extienden al maíz, a la carne, a los biocombustibles y siguen los etcéteras.
Pero lo más importante en este enfoque que estamos intentando es que es el sexto exportador de granos, con una participación en el mercado del 8,6% en la campaña 2018/19, con 8,7 millones de toneladas vendidas. Y según cuenta el diario La Nación esto se mantuvo: “en 2019 exportó 2,6 millones de toneladas de granos, 5,9 millones de toneladas de subproductos y 1,4 millones de toneladas de aceites”.
Pero más importante todavía que la cantidad de granos, es lo que tiene que ver con aquella máxima con la que insistiera hasta el cansancio Axel Kiciloff: “no tenemos la maquinita de imprimir dólares”: de resultas de todos estos negocitos, Vicentín “fabrica” unos dos mil quinientos millones de dólares, con los que se podría manejar con un poco más de soltura el mercado de cambios.
¿Cual soberanía alimentaria?
Alberto Fernández nos explicaba que la empresa expropiada actuará como “testigo” en el mercado de granos.
El tema sería así: al poder manipular con algo más de poder de fuego el mercado de cambios ,el gobierno podría influir en el precio de los granos y del conjunto de los productos primarios y así – abracadabra – en el precio de los alimentos.
Dejando de lado que esa influencia sería muy indirecta y seguramente demasiado atenuada por otros factores – otros sectores burgueses que se apropiarían rápidamente de ese diferencial, por ejemplo – lo cierto es que esto no tiene nada pero nada que ver con la soberanía alimentaria.
La revista Disonancia, en una nota titulada Vicentín: Estado, sujeción imperialista y soberanía alimentaria, nos recuerda que “la soberanía alimentaria refiere al derecho de los pueblos de decidir sobre las políticas agrícolas, ganaderas, pesqueras; de producción, distribución y consumo de alimentos, en función de las necesidades del propio pueblo y de un respeto por el medio ambiente y los ecosistemas propios de cada región.”
En un país en el que la tierra es utilizada para producir dólares en vez de comida, en un país con sus campos rociados por glifosato y con un gobierno que tiene como canciller a Felipe Solá – uno de sus impulsores durante los noventa – hablar de soberanía alimentaria parece más bien una burla, algo así como una pesada broma de mal gusto.
El fantasma de Venezuela
Es cierto que no es tan fácil distinguir claramente esta puja interburguesa entre tanto ruido que hacen los actores.
Sucede, claro, que esta vulgar pelea por un puñado de dólares – para poder llevarse adelante – necesita movilizar a sectores de masas, necesita involucrar a sectores de trabajadores, de comerciantes, al pueblo en general. Necesita hacer creer que allí ganaremos o perderemos algo.
El slogan de la “soberanía alimentaria” apunta a eso, la idea de que la medida va contra el capitalismo, por lo menos contra el neoliberal, es otra idea fuerza que milita el consenso de los sectores más progresistas de la base del gobierno, aunque en el fondo de la olla, de anticapitalismo no haya absolutamente nada.
Del otro lado el “vienen por todo” el “hoy Vicentín mañana nosotros” (aunque “nuestros” patrimonios sean bien pequeños en muchos de los casos) busca juntar apoyos del otro lado. Venezuela funciona casi como una palabra clave que resume todos esos temores.
Así las cosas, muchas veces los actores terminan alineados en trincheras que no son las propias. Muchos empresarios o pequeños empresarios que serían beneficiados con esta medida – muchos acreedores de la empresa, los acreedores de la deuda externa que verán más dólares para cobrar, muchos que conseguirán mejores subsidios – quedan enfrentados a ella porque tienen miedo de verdad de que eso se convierta en el puntapié inicial de una onda expropiadora, no porque el gobierno lo quiera, sino porque su base social lo empuje compelido por la crisis. Y entonces, muchos prefieren perder a correr ese riesgo.
El resultado de tanta confusión nos llevó a este impasse judicial que ha puesto en duda de si al final va a haber o no expropiación, si habrá YPF Agro o si algún formato más o menos mixto que deje contentos a todos o si la empresa seguirá su ruta, que aparentemente la llevaba a los brazos abiertos de alguna empresa extranjera de las tantas que buscan quedarse con los mejores negocios.
Otra economía
En medio de la pandemia y de la gigantesca crisis económica que se ha acelerado a niveles históricos, no se escucha a la calle preocupada masivamente por lo que pasa con Vicentín. Sin embargo es cierto que muchos sectores han sido movilizados en la pelea.
Los diarios mostraron el banderazo del fin de semana como si hubiera sido una gigantesca movilización popular, dándole los principales titulares en sus diarios papel: “contra el gobierno en defensa de la propiedad privada” decía La nación y en el mismo sentido Infobae remarcaba “en defensa de la propiedad privada“ mientras que Cronista elegía negativizar y escribía “en contra de la intervención del gobierno en la empresa”. Las notas levantaban declaraciones que hablaban del “modelo de país que queremos” y repetían aquello de “hoy es Vicentin, mañana sos vos”.
Es cierto que no fueron tantos los que se movilizaron y es cierto también que muchos de los que estuvieron en las movilizaciones estaban ahí defendiendo sus negocios o sus propios intereses, pero muchos otros no tienen ya casi nada expropiable; es difícil entender qué hacían allí.
En los diarios oficialistas y muchos en las redes ridiculizaban a los que se movilizaban: “en Santa Fe votaron a la Tota Del Sel, a Amalia Granata, y ahora marchan por Vicentín. ¿Serán los agrotóxicos?” se preguntaba uno y otro hablaba de “gente psiquiátrica”, mientras que el presidente era más cuidadoso en honor a su investidura y prefería decir: “gente que está confundida”. Otro más abajo en el Facebook, proponía a todos los que son Vicentín que pasen por el Banco Nación a pagar lo que se debe……
Más allá de los casi simpáticos dimes y diretes, lo cierto es que son muchos los que están jugando un partido que no es el propio, metidos en una polémica de otros mientras son ellos – y no Vicentín ni los otros muchos vicentines – los que son cotidianamente expropiados, porque esa es la ley del capitalismo, ya sea este comandado por la “derecha” más brutal o por los más amigables “progresistas”.
Fijate que mientras se habla de Vicentín, la expropiación masiva de los sectores populares sigue en marcha: los jubilados siguen perdiendo con la sola excepción de los más bajos de la escala, ya uno que gane cuarenta mil pesos es expropiado en aras de la solidaridad, los sueldos se congelan y los puestos de trabajo se pierden aunque los despidos hayan sido formalmente prohibidos, los pequeños comerciantes consumen sus ahorros y muchos cierran y se quedan sin proyecto, los pobres siguen siendo tan pobres como siempre y ahora para colmo son pasto del Covid. Y eso que sucede, lo hace el sistema del capital con una automaticidad que asusta, como si fuera un cataclismo, un accidente natural, como si nadie tuviera la culpa: “pasaron cosas” diría Macri.
Ya el presidente Alberto Fernández nos dijo y nos repitió que su gobierno también es capitalista, así que es casi un exceso de optimismo pensar que la expropiación de Vicentín – si la llevan adelante, cosa que todavía está por verse – redundará en un beneficio para los sectores populares, que lo más posible es que resulte a lo sumo un parche destinado a reorganizar el tráfico de dólares entre los distintos sectores empresarios.
Eso no quiere decir que los trabajadores y los sectores populares no tengamos nada que ganar en este debate, aunque más no sea sacar la conclusión de que necesitamos un programa propio, necesitamos pensar otra economía no capitalista en la que el campo – por ejemplo – produzca comida y no dólares para los que trafican vidas y papeles de la deuda, otra economía no capitalista en la que las empresas sirvan para producir cosas para que vivamos mejor y no utilidades, no plata para fugar, no dólares para seguir pagando las deudas que disfrutaron otros.