Rapiña (26/01/2022)
¿Cómo contar estos momentos de la larga saga entre el gobierno de los Fernández y el Fondo Monetario? ¿Convendrá pensar en un reloj y en una cuenta regresiva y poner la acción in crescendo hasta llegar al desenlace? ¿O mejor poner en un plato de la balanza los hechos y las palabras que apuntan hacia el acuerdo y en el otro plato los que no? ¿O habrá que nada más anotar datos y cerrar este artículo con una pregunta invitando a los lectores a que hagan sus apuestas?
Reloj no marques las horas
En un par de días el Tesoro debe girarle al Fondo 718 millones de dólares en concepto de capital y ahí están todos esperando a ver qué hace el gobierno, si paga o si no paga.
Después, el martes, vencen 368 millones pero de intereses. Ya ahí no habrá tanta incertidumbre porque ese pago repetirá seguramente la suerte del de este viernes.
Para saber qué pasará, no queda más que esperar el próximo capítulo, aunque verdaderamente este no parece ser el momento de las definiciones, el día “D”, el punto más caliente se alcanzará paradójicamente el último día del verano, el 21 de marzo, porque es ahí que vencen 2.820 millones (y 10 días después 1.900 del Club de París) un montón de guita que todos aseguran que no habrá.
Cuenta el diario La Nación que dice la consultora 1816 que “al Banco Central le quedan US$ 673 millones equivalentes a los derechos especiales de giro (DEG), que repartió el FMI en agosto del año pasado y las reservas netas del Banco Central estarían en torno de los US$ 1500 millones”. Otros diarios dicen que otras consultoras dicen números parecidos (ver Infobae). Y si bien es cierto que se barajan alternativas – por ejemplo afectar reservas que no deberían tocarse o apelar al swap chino – todavía no está claro si el Gobierno decidirá finalmente comprar más tiempo pagando también estos vencimientos.
Conviene no olvidarse de que sólo en el recientemente terminado 2021 se pagaron cerca de 5.200 millones, apostados en la timba de un acuerdo que todavía no se sabe si será.
Palabras y hechos en la balanza
Los diarios, las radios y la televisión se llenan de palabras. En un conflicto que exhibe intereses enfrentados y tantos jugadores, es difícil saber a cual escuchar, a cual leer como opinión o como información seria y a quien interpretar con esas traducciones de sentido que hacen falta hacer cuando se mira jugar truco, o póker, que nunca sabés si lo que se dice y lo que se gesticula es pura canchereada, si es apenas pirotecnia para distraer, si es puro engaño y disimulo.
Para algunos Alberto Fernández quiere arreglar ya – sea como sea – aunque él jura que el ajuste es su límite, que quiere “que nos dejen crecer como nosotros queremos crecer”. Los que lo ponen del lado de los que quieren acuerdo ya, insisten en que las negociaciones están trabadas porque Cristina Kirchner no quiere ningún ajuste y promete hacer tronar el escarmiento, pero cuando uno escucha con un poco más de atención al Ministro Guzmán, observa que la discusión no es para tanto – ajuste sí o ajuste no – sino que se reduce a la velocidad de ese ajuste en el que todos parecen estar de acuerdo. Por eso Guzmán explica que la diferencia principal con el Fondo pasa por la “velocidad de la consolidación fiscal y las combinaciones entre gastos e ingresos”, es decir el ritmo con que será hecho el ajuste fiscal – si llegar a déficit cero en 2025 o en 2027 – algo así como una reedición con nuevos actores de aquel debate entre los teóricos del shock por un lado y los gradualistas como Macri por el otro. Y en el fondo de estas disquisiciones – de más está decirlo – no encontraremos la preocupación por los salarios o por la pobreza creciente, sino el más terrenal desvelo por no perder las elecciones del 2023.
Mientras tanto entran también en el juego de gestos y palabras, los actores del gobierno norteamericano diciendo frases de estilo – como aquella de la economía vibrante – y, claro que sí, el propio Fondo Monetario que saca a la cancha a la vicedirectora gerenta Gita Gopinath – la segunda de Georgieva – para que diga que “estamos trabajando muy de cerca” con el Gobierno, con un “enfoque flexible y pragmático”, todas frases simpáticas que sirven de telón de fondo para el verdadero mensaje, el de siempre: “eso requeriría un programa sólido y creíble y que aborde los desequilibrios que tiene el país”. O sea, no otra cosa que el meneado ajuste.
En medio del ruido general, se escucha a los que – incluso desde el mismo oficialismo – empiezan a ver que no es negocio seguir pagando mientras el Fondo no se mueve ni un paso de sus exigencias y los que se dan cuenta – como ya escribíamos – que con el acuerdo al que los empujan van al muere en las elecciones del año que viene.
Y hablan también – imposible que no – los que hacen sus amenazas en tono de amigables advertencias, como el lobista Morales Solá (“es probable que el Gobierno deba hacer un ajuste más fuerte sin acuerdo que con acuerdo”) o el viejo conocido Ricardo López Murphy que escribió hace sólo unos días que “no podemos permitirnos otro default. Por el bien del país, debemos evitar una crisis de características no conocidas”
Mientras tanto, los hechos avanzan inflexibles y con acuerdo o sin él, el ajuste ya empezó. El gobierno de los Fernández ya bajó el déficit fiscal del 2021 del 4,5% que había previsto al 3%, dejando las jubilaciones bien por debajo de la línea de pobreza, empezó a subir las tasas de interés como le pedía el Fondo y puso el pie en acelerador para avanzar con todos los planes extractivistas para juntar dólares, chocando primero con los chubutenses y después con los habitantes de la costa marítima de la Provincia de Buenos Aires.
Lo mismo y con todo esto, el escenario sigue abierto a las apuestas.
La lucha por el plustrabajo
Llegados a este punto conviene bajarle un poco el precio a esta discusión y decir que no se trata de ninguna manera de una discusión entre Argentina y el Fondo, ya que “Argentina” – más allá de los partidos de Messi y de los actos escolares – no aparece como una unidad tan clara cuando uno mira bien.
Como en cualquier otro país de patriotismo lustroso, están de un lado los que trabajan – que son los que fabrican el famoso Producto Bruto Interno – y por otro lado los que parasitan de ese trabajo, los empresarios, los dueños de los campos, los banqueros, los políticos que les hacen el trabajo sucio y le cuidan el gallinero para que siga habiendo huevos de oro por mucho mucho tiempo: en una palabra, los que se quedan con el plustrabajo.
En toda economía hay plustrabajo, porque se trabaja para consumir lo que se produce, pero también se produce otra parte para acumular y crecer. En el capitalismo, ese excedente va a formar el capital que en parte es consumido por los ricos y en parte es reinvertido para hacer andar de nuevo la maquinaria de la economía……. si es que los capitalistas quieren, claro, porque también el capital se vuelve contra los que trabajan como chantaje y si no los dejás hacer lo que quieren (ellos le dicen “seguridad jurídica”) si te he visto no me acuerdo.
No sé si te hiciste bien la idea, pero ese plustrabajo es una montaña de dólares y cosas, de campos, fábricas, propiedades, acciones, todo eso que juntan los capitalistas. Nada más que para aproximarse a la medida de esa montaña de bienes, el plustrabajo de los años recientes – llenos de crisis, según nos dicen – hizo que los ricos argentinos acumularan cuatrocientos mil millones de dólares en colchones, cajas de seguridad y paraísos fiscales, aún cuando los acreedores externos se llevaron también mucho.
Pero pelean y tironean por mucho más que eso, porque el capital es ante todo la posibilidad de seguir quedándose con el plustrabajo de los trabajadores en el futuro, entonces la discusión por el acuerdo con el FMI es más bien una discusión entre empresarios y banqueros – argentinos y extranjeros – que se disputan el sudor de las frentes argentinas, una discusión entre empresarios que antes que dinero y formas de pago – que es lo que parece en superficie que discuten – se enfrentan por construir escenarios en los que cada cual podrá ganar más plata, porque dependerá del valor del dólar y del nivel de ajuste qué empresas van a ganan más, cuales menos y cuales directamente irán a la bancarrota.
Y a esta lucha digamos de cabotaje, hay que sumar la lucha geopolítica mundial, porque habrá que ver al final del forcejeo, cuales negocios harán los norteamericanos, cuales los chinos y cuales los rusos, todos ellos también empresarios y banqueros, jugadores de las grandes ligas.
Hay que poner el debate en otro nivel
Eso de que sea una lucha entre capitalistas no significa de ninguna manera que los trabajadores no tengamos que tomar partido.
Tener la política de empujar a la burguesía argentina a romper el acuerdo con el fondo puede servir para abrir otros debates, puede poner en blanco sobre negro qué es lo que sucede con la riqueza que producen los trabajadores, quién se la apropia, puede servir para empezar a cerrar el mercado cambiario a la fuga de capitales (el pago de la llamada “deuda privada” sigue llevándose dólares a granel y en muchos casos es deuda trucha, empresas que se pagan a sí mismas), puede servir para empezar a discutir controles al comercio exterior, fuente inagotable de corrupción, de sobrefacturaciones y subfacturaciones y de matufias de todo color.
Pero este bajarle el precio sí significa que hay que poner el debate en otro nivel, discutir el capitalismo y sus alternativas, buscar programas que permitan postular el objetivo de lograr que el plustrabajo (que es esfuerzo de los trabajadores) no termine siempre envuelto en estas luchas de rapiña que son parte inseparable del capitalismo.
De lo contrario, seguiremos atrapados en esta rueda de fabricar dólares a montones mientras nos convencen de que estamos en crisis, de que seguimos siempre en crisis, de que tenemos que aguantar y que a lo sumo y con un poco de suerte nos dejarán discutir – como nos dice el Ministro Guzmán – el “sendero fiscal”, o sea apenas y nada más que los tiempos del ajuste perpetuo al que nos condena el mundo del capital.