Una historia de amores chinos

La señora china gritaba mucho cuando hacía el amor y eso era siempre tema de conversación entre los amigos

No era que hubiera tantos matices sobre los que comentar.  Los gritos eran siempre más o menos iguales, apenas si Huan contaba que notaba alguna diferencia cuando se iban a la cama después de comer demasiado aunque él mismo no estaba seguro: era posible también que la comida lo dejara un poco embotado y entonces que fuera él el que escuchaba diferente, gritos similares.

Pero no hablaban solamente de los gritos, claro que no.  Cuando los tres amigos se encontraban a comer, el tema de conversación era casi siempre la señora china pero no solo los gritos, eran las cosas que hacían, las cosas que ella decía, las peripecias sexuales que cada uno de los tres ejercitaba con esa mujer que de alguna manera los convertía en uno, los hacía inseparables, los volvía confidentes.

 Cuando había otros amigos el tema no se hablaba en voz alta aunque ellos seguían hablándolo a su modo sin palabras, con ademanes, poniéndose de acuerdo con gestos, con silencios que inevitablemente la involucraban.  Entonces, mientras en la superficie de la escena seguían prestando atención a cualquier charla que versara sobre el clima, o sobre las cosas que pasaban en la ciudad, o sobre cualquier otra mujer, ellos seguían hablando de la señora china, poniéndose de acuerdo en cuál de los tres iría esa noche, o en cómo la habían visto la noche anterior.

La historia venía de bien lejos y el que la había empezado era Hong, que la había conocido una tarde mientras caminaba por el parque y la vio y como siempre y porque nunca podía con su genio, se le había acercado y le había empezado a hablar, que bien que sabía hacerlo.

Unos días después Hong, que nunca pero nunca hablaba de sus conquistas, les habló a sus dos amigos de la señora china.  Primero bromearon porque lo conocían y aunque él no les contara ellos al final se enteraban de que hablaba y hablaba y de que así seducía, pero después les llamó la atención que Hong estuviera impresionado, que les dijera muy serio que habló de lo de siempre y nada, que al final le salió decirle que él había estado en la guerra y que eso lo puso triste como si de verdad hubiera estado en la guerra, y que ahí ella cambió de golpe y lo agarró del mentón como si estuviera por decirle algo muy importante, como si fuera a consolarlo o algo así, pero sin que ningún gesto lo anticipara lo besó con un beso largo, un beso blando y  húmedo, un beso que le dio ganas de llorar, pero eso no se lo dijo a ella, se lo estaba diciendo después a los amigos que lo miraban y que no podían creer.

No le contó nada de los gritos a la hora del sexo, eso empezó a hablarse después, bastante tiempo después.  Tampoco comentó que le hubiera dicho que en la guerra había sido coronel, aunque esa cuestión sobre si alguno le había dicho a la señora china que había sido coronel se habló después de lo del regalo y ya en esos tiempos no se puede confiar mucho en que los amigos se dijeran toda la verdad, en medio de esa sensación de que ahora todo se ocultaba, de que ahora ya nadie confiaba en nadie.

Pero cuando lo del parque eran todavía muy amigos, tan amigos que Hong les pidió que la conocieran, que fueran al parque a la hora que ella iba y que la sedujeran, porque esa mujer sí que valía la pena. 

Así que primero dudaron, se dijeron mirá si, mira si ella, se quedaron mirándose fijo como si jugaran a quien se reía primero, desviaron la vista y de nuevo volvieron a mirarse.  Hasta que al final Huan dijo yo voy.  Y fue.

En el siguiente encuentro estaban tan excitados como si esperaran el resultado de un examen o peor, el diagnóstico de un médico que les iba a decir si sobrevivirían.  Para colmo Huan dijo primero comamos porque para él lo más importante era comer, pero también porque quería jugar con la curiosidad de sus amigos que apoyaban las manos sobre la mesa y que después se las frotaban la una con la otra y después las apoyaban sobre los pantalones, gestos así que dejaban entrever la ansiedad y la zozobra.

Huan al final contó.  Contó que se había acercado a la señora china y que había intentado comentar algo sobre su belleza – la de ella – y que después le habló de comidas que ya se sabe que es su tema predilecto, pero que hasta ahí no había pasado nada, ninguna reacción, ningún acercamiento.  Contó eso y siguió masticando un rato y después se quedó con el vaso en la mano mirando a un costado como si hubiera olvidado qué se hablaba.  Hong y Hao primero se rieron cómplices y después ya no, después se pusieron serios y preguntaron juntos: ¿ y?,  y se quedaron mirando fijo a Huan que entonces volvió a hablar como si nunca se hubiera interrumpido.

Y fue ahí que les dijo que tuvo que decirle que estuvo en la guerra y que entonces ella se quedó como paralizada y lo agarró del mentón y que terminaron en la cama y que después comieron demasiado un menú especial que Huan cocinó y que después otra vez hicieron el amor.  Y a esta altura de las cosas se podría haber hablado de los gritos que la señora china acostumbraba a proferir a raudales a la hora del sexo pero no, nadie habló tampoco de eso aquella vez. Y nadie recuerda que se hubiera mencionado que Huan hubiera dicho que en la guerra había sido coronel, ni que se haya comentado nada parecido, ni coronel ni sargento ni teniente, nada de nada.

Hao fue un par de días después y era inevitable que intentara hacer valer las poesías que recitaba con un aire tímido que no era de ninguna manera una impostura.  Estuvo paseando por el parque con la señora china y hasta anduvieron un rato de la mano por los senderos entre las flores, pero no fue hasta que mencionó en un poema improvisado “aquellos tiempos de la guerra” que ella reaccionó y se frenó en seco y lo tomó del mentón.  A Hao le parecieron un poco excesivos los gritos de la señora china, pero esa vez no les comentó nada.  Contó que para remarcar su pasado bélico hizo valer una marca profunda que tenía en un muslo, producto de un lejano accidente adolescente aunque claro, dijo que no dijo una palabra de la guerra de la que al igual que sus dos amigos sólo tenía algunas sospechas infundadas, algunas imprecisas ideas sobre fusiles, bayonetas y cañonazos, algunos recuerdos literarios de tristezas y dolores. 

Y así fue como los tres amigos compartieron los amores de la señora china hasta que casi hablaban solamente de ella.  Huan hablaba de sus encuentros que empezaban casi siempre con caricias y con besos que llevaban a un amor apurado, porque enseguida se ponían a cocinar y él le enseñaba y ella aprendía y después compartían una larga comida y otra vez el amor ya más lento, más ralentizado porque los sentidos compartían la acción con la digestión y entonces no era lo mismo, Huan decía que después de comer era mejor, que era como más real aunque sus gritos sonaran más afuera, aunque él los sintiera como más alejados y ajenos, más escondido en sus propios ecos, más perdido entre sus propias reverberaciones.

Hong no contaba mucho porque él no era de contar, aunque de vez en cuando se acordaba de aquel beso que a veces volvía a suceder aunque no fuera exactamente el mismo, aunque apenas tuviera un lejano parecido.  A él los gritos sí que le gustaban, no era que lo excitaran, decía, eran como una recompensa, como una respuesta que lo hacía sentir más hombre o más querido, cosas así decía, pero casi nunca, porque Hong no era mucho de contar.

Y Hao que seguía con sus poemas que a veces les repetía a sus amigos, poemas que acompañaba con largas caricias que daba y que esperaba de la señora china hasta que los gritos tenían su espacio inevitable en la noche.  A veces decía que a él los gritos no le producían nada, que era como si no sucedieran, pero una vez empezó a llamarlos esa música amorosa, les contó a sus amigos que eran como besos sonoros que venían desde atrás de las tinieblas, estrépitos que lo llevaban a otros mundos.  Hao contaba todo así, con frases engoladas repletas de adjetivos, de modo que Hong y Huan terminaban casi siempre sonriendo y no creyéndole del todo casi nada.

Todo eso sucedió durante bastante tiempo y la señora china era lo más importante de la amistad de los tres amigos que nunca tuvieron un desacuerdo para concertar las noches de visita en las que iba cada quien, que cuando se juntaban hablaban de ella, de sus gritos a la hora de hacer el amor pero también de lo que no compartían, de todo lo que la hacía diferente para cada uno de ellos.

Pero después un día las cosas suceden porque es así, porque  en la vida y en el amor  las cosas suceden y hacen cambiar todo, hacen que unas cosas dejen de ser y que otras cosas sean.  Y eso fue lo que sucedió la noche del regalo.

Puede que le haya tocado a Hong porque sí, por casualidad, porque a alguno le tenía que tocar, aunque Hao y  Huan no pudieron dejar de sospechar que le pasó a él porque fue el primero, que eso le daba alguna suerte de ventaja….o de desventaja, depende de cómo se vea el asunto.

La cosa es que esa noche no había pasado nada extraño, nada que no pasara siempre.  Habían hecho el amor dos veces, ella había gritado las dos veces y ahora se estaban despidiendo y ella interrumpe el ademan de besarlo con la puerta de la despedida ya abierta y gira para sacar tres cajitas negras de su cartera que cuelga de una silla, él hace entonces un gesto de sorpresa y junta las tres cajitas apiladas en su mano mientras abre la de arriba para ver y ve un anillo y enseguida, como eran iguales, no duda de que son tres anillos así que la mira preguntando y ella le sonríe apenas antes de decirle: para mis tres coroneles. 

Hong entonces que se queda mirándola no entendiendo y ella que sigue sonriendo muy poquito, casi nada, mientras lo empuja levemente para que termine de salir antes de cerrarle la puerta, así que él tiene que ir rápido a contarle el extraño episodio a sus amigos que primero se ríen un poco mientras miran los anillos, mientras los hacen girar entre índice y pulgar como se hace casi siempre con todos los anillos. 

Pero ya se empieza a notar que ahora, de pronto, no es lo mismo.  Uno a uno van cayendo en la cuenta de eso, van descubriendo que ya no es lo mismo, que ahora hay como una incomodidad que los aturde, que ahora hay como una distancia nueva que los hace sentir ajenos, desconfiados, una sensación que bien mirada, se parece a los celos.

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