Los símbolos del miedo
Lo supe cuando vi la niebla por la ventana de la cocina, y no es que haya sido una revelación, no; es como si la absurda sospecha se corporizara asomando entre el desdibujado paisaje del patio (o mejor desde él, desde la bolsa de la basura sistemáticamente destruida por los gatos, desde el cantero desbordante de botellas vacías).
Y traté de disimularlo, te juro; cuando entraste a la cocina busqué desesperadamente esconderme en el abrazo que simulara el rito, que pareciera el Como Siempre; pero algo debió salirme mal. Recuerdo que pensé fugazmente si vos también lo habrías sospechado cuando preguntaste hay niebla con ese acento que desdibuja la pregunta, que exige sólo la confirmación de un movimiento de cabeza, que trae encubierta la respuesta.
“Decile que maneje despacio” te dije cuando me miraste, consciente de que decía la mayor estupidez, sabiendo sin embargo que era la única forma de romper el espeso silencio que nos había dejado detenido a medias el abrazo, a medias tu mirada de reproche, a medias mis lágrimas.
Y entonces vos pudiste desplegar a toda máquina el reproche y desarmar lo que quedaba del abrazo para buscar alguna cosa en la alacena, mientras decías deja de hinchar las bolas, no toda la gente se muere los 9 de julio cuando hay niebla, con un tono que no dejaba dudas. Y yo pude recomponer el gesto e inventar una sonrisa que sirviera para decir chau, que te vaya lindo, y todo se fue nivelando como un barco cuando pasa la tormenta.
Después fue salir al patio como siempre y juntar la basura en una bolsa nueva, y putear a los gatos, y pensar esta noche tengo que acordarme y entrar la basura, mientras les decía chau a mis tíos que se iban a Córdoba, y a mis primos, mientras me preguntaba por qué en los recuerdos uno puede verse desde fuera como si recordara la visión de otros, como si la memoria hiciese trampas.
Y mi imagen decía chau en mi recuerdo agitando su mano y su inocencia (como si la memoria hiciese trampas) mientras mi mano de ahora hacía un nudo en la bolsa tan apretado como el nudo en mi garganta que se mezclaba al de antes, cuando mis primos se fueron a vivir a Buenos Aires, cuando la casa de calle Castellanos tan vacía, cuando todo insensatamente muerto, destruido.
Y claro, preguntarme si aquella vez también lo había presentido y contestarme niña imagen dice chau y no responde, y sigue agitando la mano con carita de inocencia (claro, como si la memoria estuviera empeñada en hacer trampas) y seguir absurdamente parada en medio de la niebla con la bolsa llena de basura colgando de una mano, deambulando en un tiempo paralelo de los 9 de julio, tan infinitamente parecidos con esa niebla, con ese olor a muerte.
Porque los 9 de julio son así, y no sé si podrías entenderlo, como un tiempo separado de las otras fechas, como una isla húmeda que parte de la niebla y que queda vagando hasta la noche, que no se va con ella cuando el sol la lleva, que se mezcla con la cara de mi tía, con papá diciéndoles vayan despacio, cuidado con la niebla, cuidado, cuidado, y ya sé que papá dice siempre algo parecido pero ahora, como si la memoria hiciese trampas, me parece que papá ya lo sabía mientras la niña imagen inocencia memoria que hace trampas agitaba las manos y Ariel me llamaba diciendo quiero despertarme dando la señal de que empezaba el día y había que preparar la leche, y hacer las camas, y pensar en la comida, en como gastar el día. Y todo se tornaría verde, y parejo, y ordenado; se armaría en el tibio devenir de las horas como si fuera otro día, como si se pudiera engañar al almanaque.
No volví a pensar en eso hasta que acosté a los chicos. Entre anestesia y anestesia deseché la cama y elegí un cigarrillo y una mala película francesa. Me acordé que tenía que entrar la basura por los gatos y eso debe haber sido una señal, o a lo mejor fue al revés, no estoy segura. Fue cuando me avisaron que se habían muerto, que la niebla, que el cruce es peligroso; fue cuando ni siquiera lágrimas en la niña imagen nudo en la garganta, fue cuando sólo preguntas, y miradas atónitas, y silencio, silencio, silencio; silencio hasta que el timbre, hasta que tu voz de tonto preguntando hay algo de comer en esta casa, hasta dejar escapar junto con el llanto tu imagen recuerdo memoria que hace trampas, tu imagen destrozada entre una orgía de chapas, de humo, de vidrios y de plástico, tus ojos extasiados en un punto mudo del paisaje, difuso entre la niebla.
Cada minuto puede ser el último. Con niebla se nota más. Bien sugerida la amenaza de que algo puede pasar.