Parajoda

Primero que nada vio sus ojos que aparecían en la puerta entreabierta y enseguida el gesto de sorpresa que no le pareció para nada una impostura.  Lo vio decir Alejo como quien afirma y pregunta al mismo tiempo.  Vio como terminaba de abrir la puerta de un tirón y le tendía la mano.

No había cambiado tanto.  Es cierto que ya no estaba el pelo un poco desgreñado que le caía en los hombros, que tenía un par de entradas y un peinado para atrás prolijamente recortado y que había unos bigotes que le hacían los labios más finos.  Pero no había cambiado tanto.

– Qué hacés Ale, pasá – le escuchó decir. 

No le pareció para nada que lo esperara.  La confusión y el  desconcierto le parecieron tan reales como el que había sentido él mismo la tarde anterior, cuando había escuchado su voz en el teléfono saludándolo como si tal cosa.

– Tanto tiempo – le dijo como quien exagera, pero enseguida comprendió que Alejo entendía la frase en toda su literalidad.

–  Un siglo che.  ¿Qué se te ocurrió pasar?

Le hizo un gesto con la mano como descartando la pregunta y cerró la puerta detrás suyo.  Sobre la mesa estaban el mate y el termo y una notebook mostrando el facebook y en primer plano una foto de una mujer señalando a la cámara.  No le resultó conocida, pero se acordó de que ayer Marcelo la había nombrado a Laura, le había dicho que había sido Laura la que le había pasado el número del celu.

–  ¿Qué cuenta Laura? – preguntó y no pudo evitar señalar al mismo tiempo a la pantalla de la computadora, como si la chica que señalaba a cámara, tuviera algo que ver con su recuerdo de Laura.

Marcelo le estaba indicando que se sentara y se frenó confundido.  Su gesto se detuvo con una mano en el respaldo de la silla y con la boca a medio abrir.  Después se recompuso y pareció darse cuenta.

– ¿Por qué te acordaste de Laura?  No es ni parecida …. – dijo y se rió francamente –  Esa es una prima de una prima, que está muy enamorada de sí misma, como te habrás dado cuenta.

–  Tiene sus motivos – dijo Alejo para decir algo mientras se sentaba – ¿cómo andás che?  ¿qué es de tu vida?

–  Acá estoy, ya ves.  Estoy haciendo tiempo…..

Los dos se rieron porque era lo que se contestaban siempre en la secundaria.  Nadie se acordaba ya de qué venía la historia, algo que había inventado Marcelo, una especie de ecuación absurda que demostraba lo productivo del ocio que servía para hacer tiempo.  La humorada había perdido su razón de ser, pero la frase había sobrevivido como un guiño cómplice.

– Pero qué raro que se te ocurrió venir, Ale, hablando de tiempo, hace cuánto.

Alejo le mantuvo un rato la mirada y volvió a pensar.  “Tengo que pensar fuerte” se dijo,   y la imagen lo hizo reír para adentro.  Lo de la tarde anterior sucedió, pensó bien fuerte, para sentirse seguro.

– Yo no uso el facebook.  Me hice una cuenta hace un tiempo pero no le doy bola.  ¿Encontraste a los chicos ahí?

–  Si, pero hablo poco, veo que ponen fotos, los saludo por el cumpleaños, cosas así.  Con el que más hablo es con el Colo, de vez en cuando con Santiago o con Laura.

– Yo no le doy bola.  A veces miro pero me aburro.

– Era estadísticamente probable.

La frase era otra frase de aquellas, pero esta vez sólo arrancó una breve sonrisa.  En la jerga de Marcelo y en su universo de matemáticas para jugar, el comentario venía a querer decir que él era un aburrido, una broma, otra de esos implícitos que habían cultivado en tres años sentados juntos en largas tardes de escuela.

Marcelo dijo algo sobre el agua del mate y se levantó, Alejo miró a la chica que señalaba desde la foto y volvió a acordarse de Laura.

–  Laura tiene mi número de celu.  De vez en cuando me llama.

– Ah sí?  – dijo Marcelo desde la cocina, pero parecía más preocupado por encontrar los fósforos que siempre se le perdían.

– Era estadísticamente probable.

– Qué cosa.

No hacía falta contestar porque Marcelo ya encontraba los fósforos y entonces ya podía prender la cocina y sacar un poco de yerba del mate y hacer esas cosas que se hacen como una secuencia ya diseñada y practicada hasta el cansancio.  Si hubiera tenido que contestar, no hubiera estado seguro: era estadísticamente probable que a Marcelo se le perdieran los fósforos, pero también era estadísticamente probable que Laura le hubiera comentado alguna vez que tenía su número de celu.

Pensó fuerte y se acordó de que la tarde anterior Marcelo le había dicho bien clarito que Laura le había dado su número, antes de justificarse un poco por esa llamada que exigió un comentario sobre el tanto tiempo, exactamente igual al de ahora.

El llamado lo había recibido en el colectivo, un número que no estaba en su agenda y entonces atendió porque estaba sentado y qué otra cosa hacer, atendió pensando en una de esas ofertas o en una encuesta, pero era Marcelo: ¿Alejo? ¿qué hacés boludo, tanto tiempo?.  Entonces él eh, qué sorpresa, cómo andás, qué es de tu vida. 

Hoy a la mañana, después del sueño, se preguntó una vez nomás si el llamado de Marcelo no habría sido también sueño, un sueño anterior que preparara el otro sueño para darle sentido, una especie de sueño en cadena, pero no, se acordaba bien del llamado en el colectivo, un llamado raro que había estado masticando hasta que puso la llave en la cerradura de su casa.  Recién ahí se le olvidó.

No es que sea extraño que un compañero de la secundaria te llame después de ocho años sin noticias, sorprendente sí, claro, pero no extraño como para hacerse una película.  Lo extraño, lo que sirve para seguir pensando hasta la llave en la cerradura, es esa vaga mención de Laura, ese nombrarla como si fuera un personaje de reparto que sólo existe para darte el número de celu.  Lo extraño, lo más extraño era ese final; si tenés un sueño vení a contármelo, como si fuera razonable hacer una invitación así.

–  ¿Y?  ¿La tortuga lo alcanzó a Aquiles?

  Marcelo venía con el mate en una mano y el termo en la otra y la sonrisa se pareció a la sonrisa de diez años atrás.  No había cambiado tanto.

– ¿Te acordás de la parajoda?

–  Si rompías las bolas con eso…..

–  Y te acordás de hacer la pregunta al revés y todo.  Eso casi me enorgullece.

–  Dejá.  No llorés.

El mate cruzó la mesa lleno y volvió vacío mientras Marcelo manipulaba la notebook (scroll para abajo y después scroll para arriba y después otra vez para abajo) mientras  Alejo sospechaba que Marcelo nada más hacía tiempo para acomodarse a la inesperada visita y para encontrar un hilo de diálogo que hubiera quedado perdido ocho años atrás, para recuperarlo y seguirlo como si tal cosa.

– La verdad, mirá, la verdad – lo miró fijo a los ojos mientras estiraba la palabra verdad y la dejaba agotarse en puntos suspensivos – la verdad es que me acordé de vos porque tuve un sueño.

Lo miró a los ojos bien firme para ver si había alguna vacilación, si le pasaba algo en la mirada, algo que le mostrara que todo era una broma y nada más que eso.  Se quedó serio apenas un segundo y después dejó que se le formara una sonrisa, pero Marcelo no dio ninguna señal.

– ¿Erótico, boludo?

Alejo dejó la sonrisa dibujada en su cara, pero no fue capaz de contestar porque su cabeza le daba tres imágenes simultáneas:  una, él recibiendo el llamado de Marcelo la tarde anterior, escuchándolo decir tanto tiempo, pasá por casa, un diálogo intrascendente que había terminado con Marcelo diciéndole si tenés algún sueño vení a contármelo y él que qué, que cómo, y Marcelo, es una forma de decir, boludo, es una forma de decir.

La segunda imagen era Marcelo montando una farsa, hablándolo por teléfono para hacerlo venir con el cuento del sueño, conspirando, planeando una broma monumental con algunos compañeros del cole que esperaran escondidos por ahí, en el baño, por ejemplo, para después reírse todos de que hubiera caído así en la trampa.  Pero no, pero claro que el sueño había sido después del llamado y no había escuchado todavía que pudieran implantarse sueños.

La tercera imagen era Laura, pero eso siempre, siempre Laura estaría entre ellos aunque más no fuera como imagen.

– ¿Qué pasa?

–  Nada.  Me quedé pensando en eso de un sueño erótico con vos y me dio un poquito de impresión.

El comentario sirvió para que hubiera otra vez risas.  Alejo aprovechó la tregua para pensar éste no me llamó ayer pero sí, y para preguntarle a Marcelo dónde estaba el baño.

–  Esa puerta.  No dejés olor.

Mientras empujaba la puerta del baño que obviamente estaba vacío, volvió a evaluar la hipótesis de la humorada y a concluir que no tenía ningún sentido. Pensó también en contarle a Marcelo derecho viejo que fue él el que le dijo que viniera, que si no se acuerda.

Mientras cerraba la puerta del baño, Marcelo ya le preguntaba desde la mesa qué era lo que había soñado.

–  No, es una boludez.  ¿Vos no me llamaste ayer a la tarde?

–  ¿Ayer a la tarde?  No, ni en pedo, si ni tengo tu número, ¿por?

– Tenía un llamado perdido y pensé….

– Mirá vos. ¿Qué se fue a ocurrir que era yo después de tanto tiempo?   La última vez que nos vimos ni teníamos celular.

– Laura tiene mi número.

– Si, ya lo dijiste.  ¿Y el sueño qué tiene que ver con el llamado?

– ¿Cómo el sueño?

– Me dijiste que te acordaste de mí por un sueño….

– Ah, el sueño.  Nada.  El sueño era una especie de huevada matemática de esas que te gustan a vos.

– Mirá.  Un genio como yo, relatado por vos como un tipo al que le gustan las huevadas matemáticas.

– Bueno, es una forma de decir, no se ofenda Don.

El mate volvió vacío.  El agua del termo cayendo en la yerba concentró por un momento las miradas, como si fuera una ceremonia que exigiera concentración y silencio.

Marcelo le dio una chupada ruidosa, lo miró a Alejo y le dijo:

– ¿Y?

– ¿Y qué?

–  El sueño de la huevada matemática.

Alejo se acomodó en la silla, como si el relato le exigiera una pose más formal, las manos adelante para reforzar esa teatralidad que requieren los relatos de sueños que casi nunca caben en las palabras.

– En realidad es el sueño y lo que se piensa después, cuando estás meando, viste que te quedás mirando la pared y te viene el sueño como con subtítulos, como que se te arma con cierta lógica.

– Me hago la imagen de vos meando y mirando la pared……….

– Bueno, pará.  El sueño era algo así, es matemático, es complicado, así que prestá atención.

– Lo escucho… – Marcelo ya mostraba todos los dientes y tenía toda la cara arrugada a la altura de los ojos y se controlaba para no reírse.  Ya se parecía a aquel juego de la secundaria, cuando el desafío era no largar la risa y los mocos mientras la de historia hablaba desde el fondo del aula.

– En serio, che. – Alejo recriminaba con el índice admonitorio y se sonreía, pero por algún motivo él no temía estallar en carcajadas, estaba concentrado en el relato del sueño que había sido esa madrugada, hacía nada más que un  rato – ¿el centro de un círculo equidista de cualquier punto de la circunferencia, no?

–  ¿Era un sueño de preguntas y respuestas?  –  Marcelo dijo eso y lo señaló como si hubiera descubierto la trampa y entonces se consideró autorizado para la carcajada.  Alejo lo miró y movió la cabeza de un lado al otro como reprochando la falta de seriedad y la risa de Marcelo se interrumpió de golpe con una chupada al mate.

– El centro de un círculo equidista de cualquier punto de la circunferencia y el profesor – lo señaló a Marcelo que agradeció con una afirmación de su cabeza, como si hubiera sido citado en un discurso oficial – el profesor no dudará en afirmar no sólo que equidistan, sino que están todos precisamente a un radio de distancia.

– Usted lo ha dicho.

– Pero si la circunferencia se tridimensionara, si se estirara para arriba, si se convirtiera en un montón de circunferencias apiladas, ya tendríamos un cilindro, y entonces………. – hizo una pausa que pretendió imitar a algún mago de circo –  entonces ya el centro del círculo que quedó de base, no equidistaría de cualquier punto de la pared del cilindro.

Alejo había usado su dedo índice para reforzar el no.  Después el dedo subrayó el punto final señalándolo a Marcelo que le sostuvo la mirada un rato y antes de contestar cebó un mate, para que su respuesta resultara más teatral.

– Brillante, verdaderamente brillante……….

– ¿Qué cosa?

– Es una pelotudez

– Bueno, es un sueño.  Vos me pediste que te contara el sueño…..

– Vos dijiste que te acordaste de mi por el sueño.  Tenía que preguntarte.

Alejo se había distraído haciendo girar el mate, concentrado en la bombilla que apuntaba para allá y después para acá y después de nuevo para allá.  Marcelo lo había llamado la tarde anterior para pedirle que le contara el sueño que iba a tener, Laura le había dado el número de celu, si tenés algún sueño contámelo, le había dicho Marcelo.  Pero el sueño era una pelotudez.

– Después te fuiste a mear.

– Ah sí.  No te olvidaste…..

– Imagen fuerte la de un Rodin que piensa con el coso en la mano.

– Cierto, no?  Cuando estaba en el baño, así más o menos como imaginás tu escultura. el pensador que mea – señaló otra vez a Marcelo que hizo una mímica que pretendió ser graciosa – me acordé del sueño y me dije, me pregunté mejor dicho, si esto se replica si uno pasa de la tercera dimensión a la cuarta.

– Ah, lo parió.  De la tercera a la cuarta……..

– Viste que no era tan fácil?

– No, grosísimo.  Quédese tranquilo que vamos a ver su caso.  Por lo pronto tome dos pastillas en vez de una, antes de dormir…..

– Bueno, era el sueño y después era esa lábil frontera entre el sueño y la vigilia.

– Tan lábil que se ha dañado, mire.

– En fin.  Hablemos de otra cosa.

Se habló, claro, de otras cosas..  Se habló de algunos compañeros comunes, se habló de algunas cosas que les habían sucedido en esos ocho años.  Se dijo lo que podía decirse y lo que no no.  Así funciona la urbanidad.

La despedida fue con abrazo y todo.  En el medio del gesto, Alejo volvió a acordarse de la parajoda y le dijo ojo Aquiles.  Marcelo jugó a que miraba para atrás asustado.  Mientras se despedían en la puerta, se dijeron nos hablamos.

– Si tengo otro sueño te cuento – le dijo Alejo.

–  No gracias, dejá – bromeó Marcelo.

Alejo sintió que la puerta se cerraba mientras apretaba el botón del ascensor y mientras en su cabeza se superponían tres imágenes.  Una era la descontrolada tortuga del jueguito de Marcelo persiguiéndolo a Aquiles.  Otra era obviamente Laura, Laura que había sido prolijamente olvidada, omitida con brutal delicadeza, hecha a un lado para ponerla más al centro, otra parajoda Y por fin: Marcelo,  Marcelo llamándolo en algún raro futuro, diciéndole ayer por la tarde tanto tiempo, Laura me pasó tu celu, si tenés un sueño pasá y contame

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