El club del helicóptero (04/07/2024)
La frase del título viene -claro – de aquella recordada huida de Fernando De la Rúa.
Una movilización popular gigantesca había demostrado su hastío y la imagen que ilustra esta nota quedó grabada desde ahí en la historia de Argentina.
Ahora, por estos días – como cada vez que un gobierno acumula capas de desprestigio – la frase volvió a aparecer. En una reciente entrevista con Novaresio, el Jefe de Gabinete de Milei Guillermo Francos, acusó a Sergio Massa de “hacer el mantenimiento del helicóptero” y de “trabajar para generar inestabilidad en el Gobierno”. Unos días antes, la diputada del bloque Pro Silvia Lospennato, había festejado que los integrantes del club del helicóptero, “fracasaron otra vez”.
La mención al aparatejo volador es casi siempre usada como una mala palabra, de modo que cada quien elige un opositor para adscribirlo al “club del helicóptero”, que queda así denostado como un círculo de golpistas light, de conspiradores profesionales que quieren echar al gobierno elegido por el pueblo.
¿Pero es así? ¿Está mal postular que hay que echar a un gobierno que no cumple con lo que prometió, que no es lo que se esperaba cuando se lo votó? ¿Es acaso necesario aguardar los plazos constitucionales como si fueran un sacrificio, un castigo inevitable?
Los límites de la constitución
Cuando el gobierno de Fernando de la Rúa huyó por la puerta de servicio, su imagen positiva no excedía el 8% y su imagen negativa estaba en el 66%, de modo que dos de cada tres argentinos opinaban que el gobierno era horrible y había que preguntar a más de diez hasta encontrar a uno que lo defendiera.
Así y todo, el pueblo tuvo que dejar decenas de muertos en las calles, porque el gobierno del que – no casualmente – formaba parte Patricia Bullrich, se defendió con uñas y dientes antes de rendirse a la evidencia de que ya no tenía ningún apoyo serio.
El sistema presidencialista que rige en Argentina sólo prevé la remoción por juicio político y ese mecanismo ni siquiera sirve para cambiar el gobierno, sino apenas para destituir a alguno de sus integrantes. Para colmo de males, las razones del juicio político son acotadas y la Constitución las enumera en su artículo 45: “por mal desempeño o por delito en el ejercicio de sus funciones; o por crímenes comunes”
Como puede observarse, de las razones señaladas sólo el “mal desempeño” permite alguna valoración política, pero así y todo, esa valoración no la hace la voluntad popular sino los senadores. Y ya se sabe que muchos de ellos son capaces de votar cualquier cosa si les agitan en sus narices la Banelco, o si les ofrecen una embajada con jugosos sueldos en dólares.
Revocabilidad es la palabra
Es difícil saber cuál es hoy el apoyo real que mantiene Javier Milei, sin embargo está bastante claro que la mitad de la población lo ve con muy malos ojos y que la imagen positiva ya cayó por debajo del 50%; quizás esté más cerca del 40.
Pero el punto no es ese, no es preguntarse si hoy el presidente tiene que ya subirse al helicóptero – seguramente no, hasta que una importante mayoría del pueblo lo reclame – sino que se trata de una reflexión de si es lícito militar en el club del helicóptero o sea, dicho de otro modo, si es lícito invitar a la población a retirar el apoyo al gobierno y a exigir que se vaya ya mismo.
Antes de responder esto pensalo bien, porque lo contrario es decirle qué horrible este gobierno que te roba la plata para dársela a los ricos y entonces proponer acto seguido que hay que sacarlo en las próximas elecciones, pero ¿y mientras tanto? Mientras tanto aguante, sufra, pásela horrible. Eso que dicho así suena delirante, es lo que hacen casi siempre los opositores capitalistas – hoy por hoy el peronismo – critican y dicen la próxima vote bien. Y hasta la próxima…….. jódase.
Fue así por ejemplo a fines de 2017 cuando Macri empezó su desprestigio y entonces el peronismo inventó la consigna “hay 2019”, que significaba decirle al pueblo “déjelo a éste hasta 2019″. Y esa sobrevida de un gobierno que se había vuelto minoritario, sirvió para que apareciera el endeudamiento gigantesco con el FMI, ese que todavía sufrimos.
Fue así también durante el gobierno de Alberto Fernández, en que los sectores kirchneristas decían que se oponían al inmovilismo y después a la renegociación con el Fondo que validó la barbaridad que había hecho Macri. Sin embargo la oposición era solo de palabra, ya que te invitaban a no movilizarte “para no hacerle el juego a la derecha”.
Fijate que incluso ni siquiera las elecciones alcanzan para echar a un gobierno. Podría darse la paradoja – ya le sucedió a De la Rúa en 2001 – de que en las elecciones del año que viene al gobierno le vaya muy mal, que saque menos del 30% o peor, y que lo mismo siga gobernando ¿con qué sustento?
En los sistemas parlamentarios – como los que predominan en Europa – el gobierno caería automáticamente y se debería formar otro en base a las nuevas mayorías, pero acá no, acá sigue a pesar de ser minoría, y entonces a pesar de que casi todos piensan que hay que hacer una cosa distinta a la que se está haciendo, hay que esperar otros dos años.
Yo creo que tendrían que imponerse sistemas que permitan que haya revocabilidad, o sea que si vos elegiste a un tipo para que te solucione los problemas y el tipo va contramano, puedas echarlo con un plebiscito, con firmas, con el mecanismo que sea, pero que puedas echarlo.
Te preguntarás por qué los dirigentes capitalistas no coinciden con eso que parece tan elemental, tan indiscutiblemente democrático, por qué todos están en contra de la revocabilidad de los mandatos.
Yo opino que la razón es que todos están de acuerdo en que no hay que quemar a los gobiernos tan rápido, no hay que permitir que las mayorías populares hagan rápidamente la experiencia de que todos hacen al final casi lo mismo, por eso te dicen esperá, aguantá cuatro años a Macri y después cuatro años a Alberto Fernández y ahora cuatro años a Milei, mientras se te pasa la vida.
Es por eso que de verdad, los únicos socios consecuentes del club del helicóptero terminarán siendo los de abajo, los que siempre pagan los platos rotos, los que compran una promesa hoy para que los trampeen mañana, los que compran los relatos y está bien que los compren, que los prueben, que saquen las conclusiones, pero que puedan arrojarlos mañana mismo – no en el 2027 o en cualquier futuro lejano sino ni bien lo crean necesario – a la basura de la historia.