La mano armada y el cuento del tío (24/03/2021)
George Orwell escribía que quien controla el presente, controla el pasado. Vale tener presente esa afirmación cuando se habla de historia como sucede inevitablemente en cada 24 de marzo.
Digamos primero que sí, que el 24 de marzo de 1976 ya es historia, que es un hecho sucedido hace 45 años que es decir casi medio siglo. Para hacerse una idea de qué significa esa cantidad de tiempo, alcanza con pensar que un señor nacido en 1980, cuando se enteró por comentarios o por el cine de que había habido una guerra mundial, esa guerra ya había sucedido 45 años atrás. Y lógicamente, le parecía un montón.
Como todo hecho histórico, durante todo este tiempo transcurrido desde ese terrible golpe militar que dividió en dos la historia argentina, el hecho fue resignificado una y otra vez. Al principio, durante los años que duró el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, el silencio y el miedo campeaban por las calles y entonces se escuchaba la justificación de que el país era invivible y la excusa brutal del algo habrán hecho. Más tarde, la teoría de los dos demonios flotaba dificultosamente en la superficie de los relatos, mientras un movimiento obstinado de denuncia con las Madres a la cabeza gritaba las muertes a granel y las desapariciones y las torturas. Eso duró cerca de veinte años en los que el miedo sobrevivió como si las picanas y las ametralladoras pendieran todavía como amenazas, como si el pasado continuara sobrevolando aterrorizadoramente sobre el presente.
Fue a mediados de la década del 90, impulsado seguramente por el arribo de la sangre nueva consolidada en la Agrupación Hijos – pero también porque el paso del tiempo permitió que aparecieran relatos que habían estado ocultos por el temor – que se impuso claramente la lectura de que había habido un plan represivo destinado a exterminar una generación, un plan apuntado a disciplinar al conjunto de los trabajadores y del pueblo argentino. Y del conjunto de Latinoamérica – habría que agregar – porque el Plan Cóndor mostró que se trataba de una política de alcance continental.
¿Opuestos o complementarios?
Digamos que esa lectura que empezó a despabilarse a mediados de los 90, esa visión de que había habido una generación revolucionaria aniquilada por un lado y una tropa de asesinos a sueldo organizados por empresarios, curas y políticos que querían defender el mundo de los negocios por el otro, no era muy funcional a la supervivencia del capitalismo. De modo que convenía volver a resignificar, hacer entender otra cosa. Fue el kirchnerismo el que logró imponer esa nueva relectura.
Al tiempo que provocaba un innegable avance en las condenas a los represores, el kirchnerismo impuso una visión diferente de aquella “juventud maravillosa” que dejó abruptamente de ser vista como revolucionaria y anticapitalista, para ser reconvertida en una suerte de curas barriales sin sotanas, en muchachos llenos de buenas intenciones puramente samaritanas.
Es evidente que el kirchnerismo necesitaba esa relectura para poder construir a su propia juventud a imagen y semejanza de esa visión pacata de aquella otra juventud que servía de modelo, pero no era sólo eso. La aparición del kirchnerismo, en cierto modo parida por la sociedad del “que se vayan todos” del 2001, necesitaba también reconstruir la idea de la oposición total entre democracia (burguesa) y dictadura, mostrarlos como opuestos irreductibles.
El capitalismo es la máquina de robar
Dedicarse un rato al zapping entre TN y C5N puede ser un entretenimiento interesante: mientras en uno de los canales los ladrones son los unos en el otro son los otros, de modo que en la pantalla de TN Leuco y Winazki te cuentan cómo se produjo el robo del famoso “medio PBI” mientras que en C5N el Gato Silvestre y Duggan te explican en qué se fumaron los 44.000 millones que nos prestó el Fondo Monetario cuando gobernaba Macri.
Ese discurso tan sencillo, muy a su pesar los iguala – “el problema es que los otros son ladrones” – y viene bien para ocultar que más allá de lo ladronzuelos que sean los políticos a cada lado de la grieta, el verdadero sistema de robo masivo, constante y sistemático – el capitalismo que roba trabajo ajeno – queda a salvo de las miradas.
Fijate que en el Medioevo, venían los soldados del rey a tu campito y se llevaban su parte de tu cosecha para que el rey y su corte vivieran bien. En el capitalismo eso funciona mucho más disimulado, porque el robo se concreta en un complicado mecanismo de precios y salarios que opera en el mercado, así que es muy difícil darse cuenta. Aunque no veas a los soldados del rey y no notes el pase de manos, podés confirmar que el robo sucedió porque el resultado final es el mismo: antes el rey y sus cortesanos vivían muy bien sin laburar, mientras que ahora, en el mundo del capital, los grandes empresarios, los terratenientes, los accionistas, los banqueros y sus políticos, todos ellos viven bárbaro. Y tampoco se los ha visto poner el hombro.
Y este robo eterno sucede de igual modo sea quien sea que tenga el gobierno, “derechas modernas”, progresistas defensores de un supuesto capitalismo inclusivo o militares asesinos, todos ellos y más allá de sus diferencias que las tienen, custodian que esa máquina de robar siga funcionando aceitadamente.
¿Pero cómo es que sobrevive este mecanismo de robo perpetuo, si son tantos los robados y tan pocos los ladrones? Sobrevive por estos tiempos, gracias al cuento del tío – la culpa es del otro, la pesada herencia, las grietas para que termines bancando a unos o a otros – un engaña pichanga que les permite seguir y seguir en este juego en el que las cartas están marcadas. Y es por eso que siempre perdemos.
Pero como dicen en mi barrio, la mentira tiene patas cortas, así que en este tema es casi seguro que el engaño no dura siempre y por eso el ladrón tiene que apelar a veces a la mano armada. En algunas oportunidades en cómodas cuotas, con el gatillo fácil y con las represiones que han teñido la historia de la democracia de los negocios.
Aunque otras veces no les resulta suficiente y entonces apelan al brutal contado efectivo, a la violencia masiva de los golpes militares, como en el 76.