Símbolos (23/08/2020)

Esta lucha, como todas las luchas, tiene símbolos: de un lado Facundo,y también su madre, que golpeó todas las puertas para que nadie se olvide. Y del otro, primero y principal, Sergio Berni y sus aires de patotero civilizado, de matón de saco y corbata, de violento con estilo.

Escuchar un rato de radio puede ser un ejercicio delirante. 

Hace un par de días lo escuché al ex presidente Eduardo Duhalde entrevistado por alguien que se presentaba como periodista pero que seguramente es el presidente de su club de fans, porque sólo se dedicaba a repetir que estaba de acuerdo con él, que claro que sí.  Duhalde insistió en esa nota sin repreguntas ni contradichos, con presentarse como el hombre del consenso porque “la gente se entiende hablando”, y yo no pude menos que acordarme del asesinato de Kostecky y Santillán en la estación de Avellaneda y de cómo en esa oportunidad demostró qué es lo que él entiende por consenso.

En otra radio hablaba Cristina Castro sobre la desaparición de su hijo Facundo y para ella el trabajo de exponer su posición resultaba un poco más difícil, porque siempre se ve obligada a desandar las hipótesis sembradas, esas que sugieren que lo llevaron en un auto, que lo vieron después allá y también acá, que puede haber tenido un accidente. Ella lo mismo se da maña para criticar las peripecias del fiscal Ulpiano Martínez que a cada rato trata de sacar del banquillo a la policía y las dilaciones del Ministro de Seguridad Bonaerense Sergio Berni, al que no se cansa de pedirle la renuncia.

Berni, mientras tanto, se dedica a hacer spots con estética de campaña electoral republicana en los que aparece como una especie de superhéroe de la seguridad, y a sacarle presión a la bonaerense diciendo muy suelto de cuerpo que “la Justicia entendía que no había ningún elemento para inculpar a la policía”. 

El que le da de comer

Leandro Aparicio, abogado querellante en la causa abierta por la desaparición de Facundo, describe con claridad el rol de Berni y entonces primero enumera los elementos que hacen inevitable la sospecha sobre la bonaerense: la foto del DNI de Facundo en un celular policial, la artesanía que le había regalado la abuela encontrada en una celda, los olores que detectan los perros en un móvil policial, y recién después arranca su crítica con una hipótesis de mínima: “si nosotros estamos advirtiendo todas las irregularidades que hizo la policía de Villarino y el señor Berni no las vio, será que no actuó bien en su calidad de controlador”.  Y entonces después sí, apela a la crudeza para decir lo que resulta más esperable en una institución vertical como la Policía: “no tengo la menor duda de que Berni sabía todo lo que pasó”.

La verdad es que nadie debería sorprenderse de Berni.  Como escribe Cristian Castillo en un tweet “los que pusieron a Berni donde está no pueden hacer como que no tuvieran nada que ver. Ya sabían quién era. Lo mandaban a reprimir obreros en la Panamericana o a pasar las topadoras a los sin techo”.  La Correpi incluye en el prontuario de Berni, un dato del siglo pasado que lo muestra en su juventud como buchón de la patronal contra los huelguistas: “en 1994 se ofreció como “voluntario” para supervisar la salud de los mineros de Río Turbio durante la huelga de 1994, a poco de darse la concesión de la mina al empresario Sergio Tasselli. Berni se internó en el socavón junto a los obreros y durante 15 días pasó información al gobierno provincial sobre los debates en las asambleas, las acciones a realizarse y las filiaciones políticas de los huelguistas.”

Bien vale aquí reformular el viejo dicho y decir que la culpa es del chacho y también del que le da de comer.  Porque Berni – esta especie de Pato Bullrich recargado – es Ministro de Seguridad de Buenos Aires porque allí lo sostienen Axel Kiciloff y Cristina Fernández de Kirchner.

Terrorismo cotidiano

En realidad la historia del aguante que le hizo el Frente de Todos gobernante a la policía de Buenos Aires, ya acumuló una larga historia.

Basta pensar que la policía bonaerense estuvo más de dos meses a cargo de la investigación de la cual ella misma aparecía como la principal responsable y que tuvieron que pasar 45 días de desaparición para que se abriera una causa por averiguación de paradero.  Basta recordar el silencio que guardó el sistema de medios oficial y paraoficial sobre el Caso Facundo, al punto que pasaron 65 días antes de que saliera la primera nota sobre el tema en el diario Página 12.  El silencio fue tan brutal que inspiró un incisivo tweet de la revista Barcelona que pedía “no informar sobre torturas, fusilamientos y desapariciones en la Provincia de Buenos Aires “para no hacerle el juego a la derecha””

En realidad estas etiquetas de “derechas” y “progresismos” entran bastante en crisis cuando se habla de estos temas.  No es tampoco apropiado poner un signo igual entre ambos frentes políticos que vienen turnándose en el gobierno, pero sí verificar las continuidades que tienen que ver con que ambos – al sostener por igual al capitalismo – necesitan el aparato represivo.  Y en medio de la miseria y la bronca creciente que provocan, necesitan de un aparato represivo que no se caracterice por los buenos modales, sino que imponga cierta dosis de terrorismo cotidiano contra las masas populares.

La Coordinadora contra la Represión (CORREPI) ha señalado siempre esta continuidad y así como denunciaba que durante la llamada década ganada habían aumentado los casos del llamado gatillo fácil, explicaba así el triste record alcanzado durante el macrismo:  “por primera vez desde el fin de la dictadura cívico-militar-eclesiástica, en 2017 el gobierno macrista superó la barrera de un muerto por día a manos del aparato represivo estatal, frecuencia que se siguió incrementando hasta llegar, concluida su gestión, al inédito promedio de una muerte a manos de su aparato represivo cada 19 horas”

Lamentablemente esa herencia del gobierno de Macri y Bullrich que nos dejó “un aparato de seguridad recargado, con las picanas Taser y la doctrina Chocobar” tiene su continuidaddurante el actual gobierno de Alberto Fernández, lo cual “se vio tempranamente con los obreros del frigorífico Penta, con la golpiza a un camionero en Madariaga, con el crimen de Luis Espinoza en Tucumán, pero ha tenido una escala de decenas de gatillos fácil.”, como señala el Partido Obrero en un comunicado.

Y otra vez la Correpi: “desde la vigencia del DNU 297/2020 (del 20 de marzo al 6 de agosto), registramos 92 muertes de personas a manos de integrantes de la fuerzas estatales.. De esos 92 casos, 34 fueron fusilamientos de gatillo fácil; 45 muertes bajo custodia -cárceles o comisarías-; 4 femicidios y femicidios relacionados; 3 desapariciones forzadas; dos son consecuencia de otros delitos policiales, dos son otras modalidades, como el uso del patrullero como arma, y un caso es intrafuerza (se mataron entre ellos)”

Esa sucesión de muertes, esa secuencia interminable de injusticias se concentra hoy en el caso Facundo – así como antes se concentró en el caso Santiago – y la lucha por su aparición y el esclarecimiento y castigo ha devenido una lucha democrática que no puede evitarse y que no acepta excusas.

Esa lucha, como todas las luchas, tiene símbolos: de un lado Facundo, que en la portada de su facebook tenía la foto de un grafitti que decía que en tiempos de crisis mantener la sonrisa es un acto revolucionario.  Y también su madre, que golpeó todas las puertas para que nadie se olvide.

Y del otro, claro, primero y principal Sergio Berni y sus aires de patotero civilizado, de matón de saco y corbata, de violento con estilo, pero también los que lo mantienen allí, aunque ese es un debate que podemos seguir haciendo mientras luchamos juntos, todos juntos, para que no siga habiendo jóvenes víctimas de la muerte fácil que implanta de facto y en las calles el aparato represivo del estado.

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